Friday, April 30, 2010

Con el científico y filósofo Daniel Dennett/El heredero de Bertrand Russell


Mario Marotti

(Desde Santiago)

CASI EN PUNTAS DE PIE pasó por Uruguay, para luego seguir a Chile, uno de los pensadores más destacados de la actualidad. Considerado por muchos el heredero intelectual de Bertrand Russell, Daniel Dennett vino a la región para participar en dos simposios organizados dentro del marco del aniversario del nacimiento de Darwin y también para reconstruir parte del periplo del naturalista inglés. El primero de esos encuentros, "Darwin 200", se desarrolló en Punta del Este en los primeros días de setiembre de 2009 (ver "Especial Darwin", El País Cultural Nº 1046). En Santiago, participó en el seminario público "El legado intelectual de Darwin en el siglo XXI" donde compartió mesa con, entre otros, el psicólogo Steven Pinker y el novelista Ian McEwan.

Un moderno Da Vinci. Daniel Clement Dennett (Boston, Estados Unidos, 1942) estudió filosofía en las Universidades de Harvard y Oxford, donde fue alumno de Willard van Orman Quine y Gilbert Ryle. Aficionado a la navegación a vela, escultor, pianista, granjero, esa misma amplitud de intereses parece caracterizar también a su trabajo académico que, centrado en el estudio de la conciencia y la intencionalidad, abarca desde la robótica hasta la estética y la crítica de arte.

Renegando de la figura del filósofo que especula desde su sillón sin contrastar sus ideas con la realidad, afirma que hoy la investigación filosófica debe realizarse en un ámbito que sea compatible con la ciencia. Dennett es conocido principalmente por su defensa de un modelo computacional para la mente basado en la inteligencia artificial, las neurociencias y la psicología. En su primer libro, Contenido y Conciencia (1969), ya esbozaba esa idea que luego desarrolló en La conciencia explicada (1991).

Para Dennett, los seres humanos usamos diferentes estrategias a la hora de cuestionar a la naturaleza: para explicar por qué un objeto lanzado hacia arriba vuelve a caer usamos el enfoque causal de la física pero en otras oportunidades nos resulta más útil abordar la explicación desde la perspectiva de la intención e interpretamos erróneamente el comportamiento de una cosa como si fuera un ser pensante. Frases como "el cajero automático no quiso darme plata hoy", son comunes. Dennett opina que buena parte de los estudios actuales sobre la conciencia adolecen de ese problema. Para él, invocar experiencias introspectivas no es válido, porque justamente presuponen lo que tendrían que demostrar. El asunto, dice, debe abordarse desde una perspectiva exterior (estrategia que su colega John Searle compara con la del borracho que busca las llaves bajo el farol "porque ahí hay luz").

Entre esos supuestos, se cree que en el cerebro existe un localizado "teatro cartesiano" donde un "yo interior" reúne percepciones y decide acciones. Dennett afirma que tal cosa es una ilusión porque la mente funciona como un complejísimo sistema de minúsculos robots. Ya en 1959, Oliver Selfridge, uno de los pioneros de la inteligencia artificial, mediante su programa "Pandemonium", lograba simular procesos así: una especie de tormenta de ideas donde multitud de autómatas independientes ofrecían sus servicios para resolver un problema. En ese escenario, la conciencia no sería otra cosa que una serie de patrones de interactividad neuronal, una colección de borradores que en continua revisión, fluyen informando la actividad de todos. Una vez que una solución "gana popularidad" y se impone, el cerebro optimiza esos resultados dando esa falsa idea de localización. Dennett trata de encontrar la forma en que esos patrones fueron moldeados por la selección natural, vinculando así el problema de la cognición con la teoría de la evolución.

Darwin otra vez. Acérrimo defensor de la selección natural, en La peligrosa idea de Darwin, afirma que por su versatilidad la teoría rebasó los límites de la biología para derramarse "peligrosamente" en otras áreas del conocimiento: la sociología, la psicología, la filosofía. Para él, la selección no es más que un proceso algorítmico, una simple rutina (entendida como un programa que se repite una y otra vez) que condujo a la vida desde los sencillos organismos unicelulares a sus facetas más complejas: la mente humana, la conciencia, el libre albedrío. "Si la evolución inconsciente puede dar cuenta de los artefactos maravillosamente llenos de inteligencia de la biosfera, ¿cómo podrían quedar exentos de una explicación evolucionista los productos de nuestras propias mentes reales?", reflexiona.

Ya en el siglo XIX, hombres como Alfred Russel Wallace, chocaron contra una barrera infranqueable cuando intentaron explicar la aparición del hombre mediante la evolución. Dennett, en cambio, afirma (en contra de la opinión del desaparecido paleontólogo Stephen Jay Gould, que relativizaba el verdadero alcance de la teoría), que no se requiere nada más. Ese simple mecanismo, ciego, que opera sin que nadie lo dirija, puede producir sorprendentes resultados. Pero a la hora de reconstruir
las complejas relaciones que permitieron a la vida llegar a su estado actual, es difícil deshacerse de nuestros hábitos explicativos. Según Dennett, ahí radica la dificultad.

Otros investigadores disienten. El lingüista Noam Chomsky acepta de buena gana la evolución pero considera que ciertas cualidades de la mente como la capacidad para el lenguaje no tienen analogía alguna en el reino animal ya que no existen registros de avance gradual a través de estados intermedios. Eso, piensa, hace difícil su explicación desde el punto de vista evolutivo. Chomsky forma parte de un grupo de investigadores (Thomas Nagel, Jerry Fodor, Roger Penrose) que sostienen
que la conciencia es algo tan misterioso que quizá nunca llegue a saberse cómo el cerebro se hizo consciente. Podría ser algo que esté más allá de nuestra capacidad de entendimiento (de la misma manera como, por ejemplo, el álgebra está más allá de lo que puede llegar a comprender un perro). Para Dennett, en cambio, no existe el dilema: "El lenguaje, la música, el arte, la política, la ética y todo lo que hacemos es un fruto que cuelga del árbol de la vida, y en consecuencia, es en última instancia un producto o subproducto de la selección natural".

Genes y memes. Inspirándose en las ideas que el biólogo Richard Dawkins expuso en El gen egoísta (1976), Dennett hace extensivo el concepto de evolución también a la cultura. Ambos plantean la controvertida existencia de un mecanismo similar al que opera en la biología a través de los genes, funcionando en la cultura a través de unidades análogas, los "memes". Así podrían ser explicadas las leyendas urbanas, las tradiciones culinarias y la popularidad de algunos ritos.

Lo cierto es que la aplicación de la teoría de la selección natural a áreas diferentes de la biología resulta, ya desde el siglo XIX,
polémica. El darwinismo social de Herbert Spencer (1820-1903) llegó incluso a ser citado como justificación del colonialismo, de ciertas prácticas discriminatorias e incluso de atrocidades como el nazismo. Aunque las tesis de Dennett nada tienen que ver con esos planteos, quizá ese antecedente también suma para provocar que sus trabajos sean vistos con particular antipatía por ciertos sectores humanistas. A la vez, Dennett los acusa de no tener las herramientas para pararse frente al
problema.

Por momentos, la vieja discusión del siglo XIX en torno a la evolución, la ciencia y la religión parece retornar con fuerza. En 1995, en la revista The New Criterion, Phillip E. Johnson reseñaba la peligrosa idea de Darwin en estos términos: "el materialismo científico y el darwinismo son en sí mismos doctrinas construidas socialmente y no hechos objetivos". Citando a Paul Feyerabend, remataba afirmando que "los científicos no se sienten satisfechos con gobernar sus propias áreas con lo que ellos consideran las reglas del método científico, sino que quieren universalizar esas reglas y convertirlas en parte de la
sociedad, empleando todos los medios a su alcance -el altercado, la propaganda, las tácticas de presión, la intimidación- para conseguir sus propósitos".

En Santiago. Con prominente calvicie y larga barba blanca, Dennett en persona es la viva imagen de Darwin. Comienza su charla preguntándose por qué la idea de Darwin resulta tan peligrosa. Para él, es porque logra vincular, desde una perspectiva única, la física y la biología con la poesía y la ética. La selección natural, afirma, refuta la idea de que para diseñar algo complejo se necesita algo aún más sofisticado. "La habilidad no requiere entendimiento", dice, mostrando una diapositiva donde se ven, luciendo muy similares, un castillo de termitas y la Sagrada Familia de Gaudí. Por tanto, éste debe ser asumido como un efecto, no como la causa. Para explicar esa idea, recurre al "Turco" de Von Kempelen.

Construido en 1769 por el inventor húngaro Wolfgang Von Kempelen, el "Turco" tenía la forma de un mueble en cuyo interior había mecanismos de relojería y sobre el cual había sentado un maniquí, vestido con túnica y turbante, que podía mover las piezas de un tablero de ajedrez. Ganaba casi siempre. Para un joven Edgar Allan Poe (que lo vio en Richmond en 1836) resultaba imposible que una máquina sin mente jugara ajedrez. Ese razonamiento lo condujo a deducir, con éxito, que en algún escondrijo debía haber un jugador. Sin embargo, hoy se sabe que eso no tiene por qué ser así. "Deep Blue" (una auténtica computadora, ¡sin trucos esta vez!) le ganó al campeón Garry Kasparov, mostrando que puede haber competencias sin que necesariamente haya comprensión.

Avanzando hacia el terreno de la cultura, Dennett se pregunta quién inventó las palabras, la música o las religiones. Para él, la respuesta es: nadie, surgieron por evolución; y citando a Alain (seudónimo de Émile-Auguste Chartier, filósofo francés, 1868-1951), reflexiona sobre quién diseñó las canoas de los polinesios: "Es el mar en persona quien las modela, decidiendo cuales son funcionales y destruyendo a las otras".

Evolución cultural y genética

-DR. DENNETT: ¿cuándo comenzó usted a interesarse por la ciencia?

-Como estudiante de licenciatura no tomé ningún curso de ciencias pero ya en Oxford comencé mi educación científica, que es autodidacta, y me encontré con muchos maestros que me ayudarían a entender sus respectivas disciplinas. Con los años llegué a tener una "educación de un millón de dólares" (sic) gracias a mis amigos en biología, psicología, neurociencias e inteligencia artificial.

-¿Qué piensa usted de la filosofía entendida de la forma tradicional?

-La filosofía clásica, si retrocedemos hasta Platón o Aristóteles, o más recientemente hasta Hume y Kant, estaba profundamente involucrada con la ciencia de su tiempo. De hecho, no había separación entre filosofía y ciencia. Un rastro fósil de esto es la American Philosophical Society (que no debe ser confundida con la American Philosophical Association,
que es la asociación de los filósofos). La APS fue fundada por Benjamin Franklin y otros, y estaba compuesta por físicos y otros naturalistas. El aislamiento en la "torre de marfil" de los filósofos actuales en la academia es relativamente reciente, y deplorable. Los filósofos que yo admiro se involucran profundamente en otras disciplinas.

-¿La cultura es para la humanidad una forma de evolución, independiente de que haya o no cambio fisiológico?

-Sí, la evolución cultural está amortiguando la evolución genética de los seres humanos y está sobrepasándola. La amortigua proporcionando una abundancia de invenciones que superan, neutralizan, o eluden las presiones de la selección que, de otra manera, tendría efectos fuertes sobre nuestra evolución genética. Ser un corredor rápido o muy musculoso no es más un rasgo fenotípico muy importante gracias a, por ejemplo, los automóviles y las grúas. Cuando reconocemos que ha habido muy poco cambio genético en la humanidad desde los tiempos de Aristóteles, vemos que el ambiente tremendamente diferente y la vida de los seres humanos modernos se debe casi enteramente a las innovaciones culturales.

LIBRE ALBEDRÍO Y DESEO.

-¿Fue el lenguaje el gran salto evolutivo que nos hizo diferentes del resto de las especies? ¿Por qué ninguna otra especie desarrolló un lenguaje?

-Sí, creo que esto está absolutamente claro. Y es buena la pregunta de por qué otras especies no han desarrollado un lenguaje. Es una cuestión desconcertante, nadie lo sabe. Una teoría podría ser que un grupo social tiene que tener ciertas características (no ser demasiado grande ni demasiado pequeño, no ser demasiado cohesivo o combativo) antes de que la comunicación lingüística pueda conseguir un equilibrio. Los animales salvajes en una manada quizá no tengan necesidad de decirse nada. Por otra parte, la lengua puede depender de algunas características que se hayan desarrollado por otras razones selectivas primero y que oportunamente quedaron disponibles para dar origen al lenguaje. En un futuro próximo, tal vez tengamos mejores teorías al respecto.

-¿Existe la "libertad" para el hombre? Cuando alguien elige algo, ¿está él o ella realmente eligiendo o es tan sólo una ilusión?

-No, no es una ilusión, aunque las ideas tradicionales del libre albedrío se confunden. Las variedades de libre albedrío y del deseo son verdaderas, y son compatibles con todo lo que hemos aprendido sobre la física, la biología y el cerebro. No hay problema con el determinismo, pero esto no es fácil de ver. En mi libro La evolución de la libertad se desarrolla este asunto.

-¿Hay áreas donde el darwinismo (o digamos, la evolución por selección natural) no pueda ser aplicada?

-Por supuesto, hay áreas donde el pensamiento evolutivo no sirve de mucho. Pero incluso en áreas tales como la creación artística, es mucho lo que se gana viendo el avance creativo de un artista, e interpretándolo como una forma de evolución de procesos mentales e ideas.

Algunos libros

La actitud intencional, Tecnos, 1991; La conciencia explicada, Paidós, 1995; Contenido y conciencia, Gedisa, 1996; La peligrosa idea de Darwin, Galaxia Gutenberg, 1999; Tipos de mentes, Debate, 2000; La evolución de la libertad, Paidós, 2004; Romper el hechizo. La religión como un fenómeno natural, Katz Editores, 2007.

Publicado en El País/Montevideo-Uruguay, marzo 2010

Imagen: Daniel Dennett

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