Friday, August 5, 2011

DE LA FELICIDAD/BAÚL DE MAGO


Roberto Burgos Cantor

De las felicidades perpetuas, por utilizar esta palabra que burla la fugacidad de los años, una, quizá nos sea concedida al encontrar en la corriente de los años un guiño que devuelve, integra, alguna imagen preservada desde la infancia.
Así ocurrió cuando sujeto a las protecciones de la niñez mis padres me llevaron, con mis hermanos, a la quinta de San Pedro Alejandrino. Es probable que ésta fue una de las ocasiones en que se sintió la extraña emoción de percibir sensaciones por medio de la respiración, además de las habituales por la vista, el oído, la piel.
En el ámbito de silencio vegetal la lerda imaginación humana agregó mármoles, banderas, una escueta alameda. Pronto quedaría atrás el monumento que los niños de entonces no comprendimos. El montón de banderitas con colores iguales castigadas por el sol. Testimoniaban el fracaso de un proyecto de unión.
Después estaba la casa con su viejo aire intacto. Las habitaciones en penumbra. El patio interior desierto. La calesa sin caballo. La cocina de fogones apagados. A veces un suspiro pedregoso enfriaba la sangre y compungía la curiosidad.
Hay espacios del Caribe de los que emana algo inaprensible que se adhiere por siempre a quien lo roza. Tal vez sea eso lo sagrado. En el sentido de conservar y transmitir un misterio. Un poder de la vida que perdura indestructible y propone indagaciones de humanidad desconocida. Así el convento de Claver en Cartagena de Indias. El hospital militar vacío de camas y paredes, contra el mar en Kingston. San Pedro Alejandrino en Santa Marta. La casa en la playa de Reveron, en Caracas, donde sus muñecas despiertan. Son territorios del recogimiento. La comunicación surge callada, en inadvertencia.
Ocurre ahora en que he vuelto a la última estación del Libertador, sin monturas, danzas, ni las infaltables compañías nocturnas con los arrebatos del instante sin promesas. Convidado por el Museo Bolivariano, cumple 25 años, me internó otra vez en el espacio que es mucho más que bongas, ficus, trupillos, ceibas, palmeras, caritos, historia, drama, compasión, delirio, impotencia.
La idea del Museo parece ser la única compatible con ese lugar que abolió la temporalidad y cuya humana gloria trasciende la tragedia histórica. De repente sucede que a la gente le gusta más tener un motivo de llanto que asumir un destino que corrija, transforme, funde.
El fondo de las obras donadas por artistas plásticos de Colombia y América crece con la generosidad y sentido ético de los artistas. Allí están el cuadro que envió Zalamea antes de morir. La abstracción inquietante de Beatriz Nogales. El reciente Loochkartt que parece prolongar la religiosidad mágica de Chagal. Guerrero cada vez más hondo y preciso. Los Cárdenas, uno de los cuales recuerda a un Magritte despojado.
El Museo Bolivariano de la dos veces santa, propone una lectura sutil. La naturaleza libertaria del arte en la entraña de un sueño vivo de libertad.

De El Universal, Cartagena de Indias, Colombia, 2011

Imagen: Sello venezolano con la efigie de Simón Bolívar, 1887

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