Thursday, September 15, 2011

México: Quesos, narcotráfico y, por suerte, literatura.


por Claudia Piñeiro

Conocer un país en pocos días de estadía no es fácil. Entenderlo menos. Sobre todo cuando ese país está pasando por un momento interno convulsionado, a menos de un año de las próximas elecciones, donde el poder no lo sustentan sólo las instituciones democráticas sino también grupos no gubernamentales relacionados con el narcotráfico.
Llegué al Distrito Federal en México y me encontré con el siguiente titular en diarios y noticieros: “El dinero que recibe el hermano del Alcalde, Jonás Larrazabal, de los funcionarios del Casino de Monterrey en el video presentado a la justicia, es porque le vende quesos.” Traté de armarle sentido a la oración. Recordaba que, unas semanas antes, habían incendiado el Casino de Monterrey. Cómo olvidarlo. Y que en ese atentando murieron más de 60 personas. Con el nuevo video todo se ensuciaba. Tanto o más con la explicación del involucrado: “Yo les vendo queso”. Tanto o más con las declaraciones del Alcalde para despegarse de su pariente: “Si mi hermano produce queso, yo nunca lo probé”. Al día siguiente el tema era el amargo chiste al que aludían unos y otros sin demasiada sorpresa.
Todas las personas con las que hablé en la ciudad de México me hablaron de política y de las elecciones del año que viene. Todos mostraron su descontento. Parece que no hay candidato que les regale una esperanza. Una frase se repite cada tanto en las conversaciones: “Ojalá el próximo gobierno se lleve bien con los narcos”. No piden que termine con los narcos, no, “con eso se envalentonó Calderón y así estamos”. O sea, la mínima esperanza tiene que ver con volver a un estado de cosas anterior al actual presidente, que permitía una relación pacífica entre narcos y población civil. “Una cosa es que un narco decapite a otro y lo entregue en pedazos en una bolsa de plástico por un ajuste de cuentas, y otra que se meta con gente inocente”. Así de brutal, y así de claro. Es difícil escuchar decir eso y entender. Pero hay que hacerlo. Y sobre todo hay que estar atentos a los procesos de otros países latinoamericanos porque solamente el hecho de conocerlos y entenderlos nos puede dar la chance de prevenirlos. Antes fue Colombia, ahora es México. Mañana veremos.
Estuve tres días en el DF, hice todo lo que tenía que hacer, disfruté la ciudad, salí a cenar, fui a Museos, estuve en la presentación de Literatura de izquierda de Damian Tabarosvky, conocí el Claustro de Sor Juana, recorrí el Museo de Antropología. Nunca sentí temor. La ciudad sigue su marcha, la gente toma algunos recaudos pero la vida continúa y cada quien trata de vivirla lo mejor posible. Luego de esos tres días viajé a Saltillo, a una hora de Monterrey. Por primera vez, este año la Feria del Libro de Saltillo fue internacional y Argentina el país invitado de honor. Allí no me esperaba un titular relacionado con los quesos y el hermano del alcalde sino otro: “Llegan las balaceras a las zonas de lujo de Saltillo”. La noche anterior habían baleado la entrada al residencial San Alberto, lo que nosotros llamaríamos un barrio cerrado, uno de los tantos que aparecieron en los últimos tiempos en Saltillo para recibir a las familias más acomodadas. Muy cerca de donde habían ido a cenar los organizadores de la Feria, la embajadora Patricia Vaca Narvaja, otros funcionarios de la embajada, Juan Gelman y otros escritores, esa misma noche.
Allí, en Saltillo, la vida también sigue su curso. La Feria que transcurría en el Museo del Desierto fue un éxito, llena de gente y actividades. Hablé con muchos y coincidieron en el análisis: “El problema no son los narcos sino los Zeta”. Otra cosa que también hay que tratar de entender; mucho para tres días. Al Chapo Gusmán, probablemente el narcotraficante más importante del país, lo describen casi como un Robin Hood: “Está en el narcotráfico pero también le da al pueblo”. Hace un tiempo el Chapo se escapó en helicóptero de una cárcel de máxima seguridad y es un secreto a voces que vive en una fortaleza en Durango, que a su reciente casamiento con una hermosa chica de 17 años fueron la mayoría de los gobernadores del norte del país, y que la boda fue custodiada por el mismo ejército. Los Zeta en cambio, “son los que están arruinando todo”, una organización criminal que se dedica al secuestro, la extorsión, el robo de autos, homicidios por encargo y, en menor medida, al narcotráfico. “Esos sí que no tienen nada para repartir, sacan plata de donde pueden, le piden cuota por seguridad hasta a los puestos que venden comida por la calle”. Para la gente de Saltillo, ellos, los Zeta y no los narcos, fueron los responsables de lo de Monterrey. “Eran todos chavitos, gente joven, recién reclutados”.
Con los Zetas en ciudades muy cercanas, paseé por Arteaga con Juan Gelman, Marco Antonio Campos y otros poetas; cené en la bodeguita del Che con Margo Glantz, Sandro Kohen y Claudia Luna; hablé del policial con Bernardo Fernández “Bef” y F.G Haghenbeck. Fueron ellos, Bef y Haghenbeck, quienes me dijeron que si quería entender un poco más qué estaba sucediendo en México no buscara en los diarios sino en la literatura, y me recomendaron La amante de Janis Joplin, de Elmer Mendoza. Ya lo empecé a leer, quiero entender. Pero, sobretodo, quiero estar atenta.
15 de septiembre de 2011

Imagen: La mata del narco/del blog monos de HeRReRa

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