Friday, December 16, 2011

EL BUEN MONJE/BAÚL DE MAGO


Roberto Burgos Cantor

Las lealtades y las esperas en las producciones artísticas que por alguna razón hicieron un guiño al lector o al espectador, son un enigma.
¿Por qué esperamos hasta su muerte otra novela, otra puesta en escena, de Alberto Sierra? Fue un destino artístico singular. Después de esa novela plena de inocencia y ambición que se llama Dos o tres inviernos los lectores de Sierra estuvimos atentos, sin cansancio, a la que suponíamos debía seguir.
Algunos reprochan la exigencia indebida de quien pide al autor más obras. Y solucionan el asunto afirmando que hay autores de un solo libro y ese basta. El ejemplo socorrido es Juan Rulfo.Y tal vez podría agregarse a Álvaro Cepeda Samudio.
Con Eligio García Márquez hacíamos pequeñas apuestas sobre la nueva novela de Alberto Sierra. En tanto nos entreteníamos reuniendo las ediciones que de vez en vez con cambio en el color de la tapa, o poniéndole tapa dura, aparecían con sigilo de Dos o tres inviernos. La única distinta fue la que se publicó hace poco en la colección El reino errante que nos legó Jorge García Usta y hoy regenta el poeta Rómulo Bustos con un grupo de jóvenes investigadores de la Universidad de Cartagena.
Esa novela había ganado un segundo premio en un concurso departamental. El primero lo obtuvo Eutiquio Leal con una historia de un pescador que hace su oficio con dinamita. Los jurados y la entidad que auspició el concurso tuvieron el tino de publicar también el segundo.
Para una literatura que se ahogaba en las exaltaciones del ruralismo y los documentos de buena fe de la violencia, la frescura, el sentimiento contemporáneo del personaje femenino que monologa, en la novela de Sierra, constituían una sacudida y una apertura al porvenir.
La promesa estaba más en la inocencia del novelista, Sierra por ese entonces no pasaba de los 22 años, que en la pericia del juego de la estructura y el buen aprovechamiento de su amor al cine contemporáneo.
Basta observar como aparece firmado el poema La ciudad. Alberto quien es probable que lo haya leído por primera vez en el Durrell del Cuarteto de Alejandría, pone la firma del novelista. Hablé con Rómulo Bustos sobre ese detalle y no logré convencerlo de que dejara en la edición de El reino errante ese nombre que no denotaba ingenuidad sino perversión narrativa.
En los años que siguieron a Dos o tres inviernos, Sierra realizó unos espléndidos montajes en el teatro Municipal y en Las Bóvedas. Los presentaba en diciembre, en esos diciembres de Cartagena de Indias, donde foráneos de sensibilidad pasaban el fin del año. Vi al escultor Negret, después de aplaudir las funciones, decir que solo por ver el teatro de Sierra valía la pena venir a Cartagena.
Después conocí un cuento que Alberto me mandó para una antología que como tantas no se hizo.
Será arbitrario, pero a mi me hacían falta sus novelas por escribir, su teatro por exhibir, sus notas de cine. Es probable que al morir pensó en Passolini, un director de cine al que quería.
Crece la ausencia.

De El Universal, Cartagena de Indias, Colombia, 12/2011

Imagen: El escritor Alberto Sierra

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