Thursday, February 2, 2012

UN SUSURRO DE PORVENIR/BAÚL DE MAGO


Roberto Burgos Cantor

Una de las experiencias que intervienen de forma discreta y arrojan consecuencias inéditas en la vida, es aquella mediante la cual, el lector fiel a la poesía, sin anuncios, siente que la poesía no solo habita en el poema.
Un sentir así predispone a las revelaciones de una belleza por lo general oculta en nuestra propia miopía. Y comienza, de alguna manera, el mundo a ofrecer su variedad sin repeticiones, a plantear los retos de un horizonte desconocido en el cual las impuestas artimañas de la codicia y la vanidad, la injusticia y el engaño, quedan reducidas a un deleznable montoncito de basuras sin reciclaje.
Como los mecanismos de las sombras chinescas de Gaspar de la noche, este imperceptible tránsito de una transformación única, poderosa, preserva su designio hermético, por una condición del milagro, si se pudiera llamar así, y no por una tendencia enfermiza a las clandestinidades sin motivo, ese gastado ropaje del crimen.
Las incansables indagaciones del pensamiento humano, muchas veces, sujetan cuanto se mira y cuanto se sueña y cuanto se desea, a una especie de noria que gira y gira aún cuando el agua de la acequia se haya secado. Un movimiento que determina un girar sin avance y tan obstinado que logra roturar el aire y aprisionar cualquier tentación de vuelo.
Ese instante en el cual el lector comparte con el demiurgo una sorpresa que trasciende las palabras, el talismán bienhechor del poema, y empieza a reconocer una vida, un mundo, cuya forma huidiza jamás sospechó, a lo mejor constituya una clave para recuperar lo que no se sabe que somos de los perseverantes naufragios con los que se quiere aceptar un fracaso de vivir y un respiro de morir.
Parece inevitable entonces buscar o encontrar a ciegas las sensibilidades que permitirán vislumbrar la comunidad, la fraternidad, y el territorio no explorado de la libertad, en la poesía.
Muchos saben que la poesía no admite interpretaciones. Que por lo general ella escapa al juego de agregar o controvertir o repetir. La poesía, si pasa, modifica al ser, no requiere ser interpretada. Como asevera mi compadre Viñals, la poesía pasa de contrabando, cuando pasa. Y esto quiere decir que quien se somete a las aduanas, se adecua a lo esperado, a su aceptación o a su decomiso. Por ello la poesía no es un collar bomba que detectan los guardianes; la poesía es ya la transformación renovada de aquello que no tiene nombre, no es sangre, ni cerebro, ni respiración, ni pálpito de los testículos o de los ovarios. A lo mejor es el ángel que fuimos y que vuelve desnudo y silencioso a estar ahí, con uno. Un ángel solo no existe.
Nada mejor para los niños y jóvenes que regalarles un puñado de poemas que puedan llevar en su bolsillo. Cada día tocarán el misterio de sentir el convulso sentimiento de que no hay que leer los poemas, ni aprenderlos, sino que una vez dejaron aposentar en su alma aquello de Neruda: Nos dio el amor la única importancia, entonces mucho será distinto y las muchachas o los muchachos dejarán una impresión que carece de antecedentes, que es exclusiva para esa o ese que la vio y sintió el llamado.
Así la poesía algunas noches de luna creciente en que los pájaros nocturnos se alborotan.

Publicado en El Universal (Cartagena de Indias), enero, 2012

Imagen: Eustache Le Sueur/Alegoría de la poesía

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