Sunday, April 29, 2012

Biógrafos en la luna


Angel Berlanga
Cuarenta años atrás, a fines de enero de 1972, Osvaldo Soriano escribió para La Opinión Cultural un artículo al que tituló “El error de hacer reír”: trataba del apogeo y la caída en desgracia de Stan Laurel y Oliver Hardy, el Gordo y el Flaco, emblemas y fantasmas de su infancia. Ese fue su segundo artículo en el suplemento que dirigía Juan Gelman: el primero se llamó “Raymond Chandler: dignidad y dolor”. Ahí laten, pues, materiales fundamentales con los que compondría su novela inicial, Triste, solitario y final, que publicaría al año siguiente, con un agregado clave: el mismo Soriano como personaje. De arranque, también pues, queda a la vista el entrecruce de “periodismo” y “literatura”, de “realidad” y “ficción”. “La literatura argentina es muy solemne, se toma muy en serio –solía decir Soriano–. Le falta épica y sentido del humor.”
Se sabe que a él eso le sobraba. En las novelas y, con el correr de los años, en el periodismo también. A comienzos del ‘74, todavía en simultáneo con su tarea de redactor en La Opinión, Soriano empezó a escribir en Mengano: su impronta, ahí, es sobre todo humorística. En ese quincenario firmaba como “Max Ferra-rotti” unos artículos que tenían como protagonista al propio Ferrarotti, un periodista metiche y atorrante que andaba en altas y turbias esferas: es el antecedente grotesco –todavía algo verde–- de la “Llamada Internacional” que publicaba en los veranos en este diario, con ese corresponsal que escribía por encargo sobre el menemismo para el “Créase o no”. En las entrelíneas de estos textos quedan bien a la vista los mecanismos de relación entre prensa, política y poder, esas ligazones tan iluminadas hoy. Esos artículos eran pura joda sobre asuntos que en los medios se trataban en serio, retratos y caricaturas a la vez. Eso aparece, también, en las notas al pie sobre Jacobo Timerman en Artistas, locos y criminales, el libro en el que recopiló, ya en los ‘80, artículos que había publicado en La Opinión una década atrás.
Es irreverente, Soriano. En un reportaje dijo, una vez, que se veía un poco como el chico que tira piedras, rompe un vidrio, sale corriendo y vuelve a mirar, a ver qué pasó, qué pasa. Le interesaba lo popular y no le interesaba recontrasofisticar sus temas para entrar al club de los profesores sabios. Solía exagerar: un modo de armarse, también, como personaje. En este diario fue publicando sus historias de infancia, de centrodelantero malogrado, de su padre: los detalles de “veracidad” pasan a segundo plano (pienso en el padre de El gran pez, de Burton, esa vocación por la fábula, pero a lo módico). “Hace rato que mi padre no es mi padre”, dijo Soriano en torno del que protagoniza La hora sin sombra, su última novela, junto al “novelista perdido” que es y no es él mismo. Entre otras historias fabulosas, Soriano ha contado que durante su exilio en Bélgica se ganó la vida contabilizando los patos de un lago: tenía que monitorear, día a día, que estuvieran todos. Y que como enviado de la revista Panorama vio en 1970 la pelea entre Ringo Bonavena y Muhammad Ali en la casa de un nazi en Córdoba, donde se había refugiado el general Onganía, recién eyectado por sus compañeros de armas.
En una librería de usados, a fines de los ‘80, di con Cuarteles de invierno: estaba escrita por el tipo que firmaba en Página/12. Esa novela extraordinaria y lo que hacía ese Soriano en este diario me impulsaron bastante a largar arquitectura y a intentar periodismo. Muchos asuntos ligados a mi oficio tienen que ver con él: desde la adopción del gato hasta el ingreso a escribir en este diario. En otro boliche de usados conseguí la Biblioteca de Mayo, la fuente principal de la que se valía Soriano para reenfocar y acercar la Historia argentina. Por aquel cuestionado anticipo de La Maga supe que estaba grave, internado en la Suizo; estuve en la sede de Utpba, donde lo velaron, y oí a Pasquini Durán, conmocionado, en la Chacarita, al sol impiadoso del verano en Buenos Aires. Antes de que terminara el ‘97 trabajé en el número de homenaje que le hizo la misma Maga y al enero siguiente, cuando se cumplió un año de su muerte, ofrecí a este diario algunos materiales raros de él que venía juntando. Años después, Juan Forn me ofreció trabajar en la reedición completa de su obra, que desde 2003 viene haciendo Seix Barral, y luego armé su libro de relatos futboleros, Arqueros, ilusionistas y goleadores. Y este año, finalmente, Seix Barral publicará otro libro en el que fue un placer trabajar: reúne unos cuarenta artículos inéditos en libro, escritos por Soriano a lo largo de 25 años en La Opinión, Mengano, El Periodista, El Porteño, Humor, Crisis y Página/12.
Soriano publicó en vida siete novelas y cuatro volúmenes de recopilación de sus artículos; el último, Piratas, fantasmas y dinosaurios, apareció en noviembre del ‘96, un par de meses antes de morir. El libro que está por aparecer se llama Cómicos, tiranos y leyendas y tiene unas cuantas vertientes: textos sobre las dictaduras y los gobiernos de Alfonsín y Menem en alguna encrucijada, despedidas a artistas recién fallecidos (Olmedo, Mastroianni), algún cuento sobre su padre, reseñas formales e informales de libros, entrevistas en estilo directo a Cortázar, Onetti y Quino en los años ‘70, artículos sobre el acomodaticio Pelé y el rebelde Alí, comentarios sobre el Gatica de Favio y la versión que hizo Olivera de Una sombra ya pronto serás, algo de Chandler y de Hammett, del racismo y de su temprana pasión por las computadoras. Papeles dispersos que ahora reunidos, algunos raros y otros complementarios, en muchos casos puentes entre ficción y realidad, ensancharán la circulación de su obra y (re)encontrarán a sus lectores. “Para no-sotros, ser escritor o periodista era la misma expresión de un solo ser, nunca hicimos distinción de categorías”, decía Tomás Eloy Martínez quince años atrás, cuando Soriano murió. “Tanto él como yo –agregaba– escribimos las notas de los diarios como si fueran piezas literarias, y nuestros modos de ver la realidad eran también modos periodísticos de ver. Ahora en todo el mundo las barreras de los géneros han caído. En general en América latina todos los grandes escritores han sido alguna vez periodistas, incluyendo a Borges, por supuesto.”
En “Educación sentimental”, un artículo que publicó en este diario en 1993, Soriano se preguntaba: “¿Cómo hablar de nosotros, si no sabemos quiénes somos?”. Decía, ahí, que a su biografía se la iban a inventar los gatos. “Que vendrá cuando yo esté, muy orondo, sentado en el redondel de la luna”, remataba. Quince años, ya, de gatos en la luna.
Fuente: Radar
Foto: Osvaldo Soriano

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