Friday, April 13, 2012

Máscaras rotas/BAÚL DE MAGO


Roberto Burgos Cantor

Colombia se enfrenta a la modernidad desde las urgencias y las tensiones ruidosas que demoran el encuentro con un destino más estimulante, por lo promisorio, que interesante por sus retos dolorosos que ponen a prueba la vida y sus voluntariosas constancias.
Desde las imposiciones de un modelo social arcaico, con las tiranías de señor y siervo, de nobleza y plebeyo, donde lo ejemplar es el afortunado solitario que acumula y acapara, se han empecinado pocos en mantener una eternidad que condena a situaciones fatales. Ni la religión, ni la política, ni la justicia, ni la historia, han logrado doblegar la larga infamia de las imperfecciones de la sociedad.
Por estos días, cuando ciertas características entre las cuales se magnificaban las buenas maneras, la gramática, la ilustración de los gobernantes, permitían la apariencia de haber conquistado la civilidad, surgen conductas y hechos que a lo mejor muestran un rostro escondido y de contera lo endeble de las conquistas alcanzadas.
Quién sabe si será inevitable adoptar unas reglas que definan un oficio para quienes ejercieron eso que Alberto LLeras denominó el primer empleo de la nación. Un pacto tácito de aconsejable acatamiento convirtió a los ciudadanos que fueron Presidentes de la República en aquello que nuestro rebuscado lenguaje llamó reserva moral de la nación. Es decir consejeros a ruego para temas importantes que requiriesen, otra vez, llamar a la idea de nación ante el riesgo de volver a matarnos a tiros o machetazos.
En los años recientes hubo muestras abundantes de esa voz desasida de compromisos en momentos críticos. LLeras Camargo y sus reparos a la candidatura presidencial de Evaristo Sourdis por el riesgo de repetir dictador. LLeras Restrepo frustrando la reforma económica por leyes de Emergencia de López Michelsen. Pastrana Borrero y su retiro de la Constituyente del 91. Todos, y uno con salvedades, rodeando a Belisario Betancur ante el resultado sangriento y torpe de los hechos del Palacio de Justicia. Turbay y su admonición de que una vez resuelto el debate político en el caso del ochomil quedaba descartada la renuncia del Presidente.
Fuera de las intervenciones puntuales, los viejos y jóvenes Presidentes han encontrado oficios congruentes con una dignidad que los volvía no aptos para participar en el menudeo de la diaria conducción del Estado cuando está confiada a otro. Uno dedicado al tema de medio ambiente. Otro aplicado a los laberintos teológicos y al fomento cultural. Uno afinando de curador y galerista. Otro tejiendo para la paz. Alguno periodista e historiador. Y la entendible debilidad humana de contestar a las banderillas, a pesar de la descripción del que dijo que los Presidentes sin ejercicio son como los muebles viejos. Incomodan y nadie se decide a deshacerse de ellos.
Se asoma una sombra del caudillismo. Presidentes retirados por la voluntad de las urnas que proponen, se oponen, aplauden, y terminan por entorpecer la ya difícil conducción de un país corrompido por sus élites y desamparado por los promeseros.
Colombia merece sosiego para resolver tragedias. Tierra, desplazamiento, corrupción. Acabar con cuanto privilegio se incubo en el desorden.

Publicado en El Universal, Cartagena de Indias

Imagen: Antiguo escudo de Colombia

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