Tuesday, June 26, 2012

Jon Lee Anderson: “Casi cancelé la cita que reveló la tumba del Che”






Roberto Navia Gabriel



En una fosa había siete cuerpos. Seis estaban tirados promiscuamente, uno encima del otro. El séptimo, recostado boca arriba con cierta dignidad, con una campera tipo militar puesta sobre su cabeza y con las manos cercenadas quirúrgicamente apuntando al cielo.
Jon Lee Anderson vio esos cuerpos aquel 28 de junio de 1997 y ahora, desde Inglaterra, rememora el día en que se topó de frente con los restos de Ernesto Che Guevara y con los de sus compañeros de guerrilla, con los que había compartido una fosa común durante 28 años.
Jon fue el periodista que en 1995, a través del New York Times, sorprendió con la noticia de que el general boliviano Mario Vargas Salinas le había revelado que Guevara estaba oculto bajo la pista de Vallegrande. También fue el que 17 meses después de las excavaciones, desde Miami, llamó a su hermana mayor para decirle: “Lo siento, no puedo ser testigo de tu boda porque los restos del Che reclaman mi presencia”.  Habían encontrado al guerrillero, Jon se estremeció y tomó un vuelo a Bolivia.

¿Qué significó revelar el lugar y después encontrarte con el Che? - Me marcó mucho. Fue más que el descubrimiento de un secreto. No solo destapó lo que había pasado con el Che y sus compañeros - algunos caídos en combate y otros asesinados-,  sino que ayudó a destapar lo que había pasado con muchas otras personas desaparecidas en Bolivia. Ayudó a zanjar esa etapa de las desapariciones forzosas, los asesinatos políticos y mucha gente empezó a saber lo que había pasado con sus seres queridos y los restos. Desde ese punto de vista, fue una experiencia muy conmovedora. Me sentí bien al haber incursionando en una especie de actualidad y de historia.

¿Cómo es que llegas a saber dónde estaban los restos del Che? -Estaba dos meses ya en Bolivia, entrevistando a todo el mundo que tenía que ver con la gesta del Che, con excomunista, exguerrilleros, militares, analistas, personas que me podían arrojar alguna luz de lo que había sido la vida y la muerte de Guevara. Estaba muy cansado, había concertado la entrevista con el general Mario Vargas Salinas, creo que era sábado, la verdad que estaba cansado y casi cancelé la entrevista porque no veía que Vargas Salinas tenía algo que ver directamente. De hecho, nunca conoció a Guevara en vida. Su papel, creo, fue el aniquilamiento de la segunda columna del Che, de Joaquín y de Tania en el río Masicurí, unas seis semanas antes de la muerte de Ernesto. Es más, había escrito un libro que tituló algo así como El león del Masicurí, todo para él mismo. Pensé que iba a ser un militar más, capaz de sacar pecho y no decirme nada
- Pero fuiste.

- Al final fui a la entrevista. Vargas Salinas me citó en su quinta, en las afueras de Santa Cruz. Nos sentamos en el jardín, una mujer, empleada suya, nos trajo un café. Resultó ser un hombre cincuenta y pico de años, bastante afable, muy distinto a los otros militares que había conocido. Fuimos hablando de todo, él contó su historia, sobre todo esa  gesta del Masicurí. Se me ocurrió preguntarle sobre uno de los guerrilleros (Freddy Maimura), cuyo destino nunca se había sabido. Aceptó que lo habían ejecutado los militares. Eso abrió una mayor afinidad, sentí que yo estaba con un hombre que había pasado la etapa de los secretos, de las ideologías y que quería dejar las cosas bien. Un militar orgulloso de su rol en esa gesta histórica, pero que tampoco quería guardar secretos desagradables.
Lo entrevisté durante tres horas. Cuando terminé no se me ocurrió ninguna otra pregunta, me levanté de la mesa y en eso hice clic, la matemática interior. Me dije dentro de mí: este hombre me ha dicho que estaba en Vallegrande la noche que el cuerpo del Che estuvo expuesto ahí y que luego el mismo desapareció. Vargas Salinas tiene que saber dónde están los restos de Guevara. Prendí la máquina otra vez y le dije: “General, por si acaso, qué pasó con el cuerpo del Che?” Me mira y me dice: “Chico, yo te quería hablar de esto. Está enterrado bajo la pista aérea de Vallegrande”. Guao, y comienza a dar una serie de detalles. De cómo lo habían sacado de la lavandería donde lo habían expuesto, que habían recibido la orden de enterrarlo, de desaparecerlo antes de que llegara el hermano del Che a identificarlo y a llevar sus retos al día siguiente, y cómo habían ido con una pala mecánica a una parte de la pista aérea de Vallegrande, que habían cavado una fosa y que ahí habían tirado el cuerpo del Che y a los demás que estaban con él. Lujo de detalles. Eso fue en 1995, creo que por octubre.

- ¿Qué hiciste con ese hallazgo? - Me di cuenta de que no podía guardar esa información para publicarla en el libro sobre el Che que no había ni comenzado a escribir. A los dos días me la publicaron en el New York Times como portada, la misma que decía algo así como Un general boliviano lo dice todo después de 28 años. Aparece la tumba del Che Guevara.

- ¿Cuál fue la primera reacción después de la revelación? - Cuando salió la publicación en el New York Times yo ya estaba en La Paz. Esa mañana me despertó la llamada de una periodista boliviana. Yo estaba hospedado en el hotel Copacabana, en el mismo cuarto donde se había quedado el Che hacía 28 años. ¿Señor Anderson, me dijo la periodista, qué dice respeto al  desmentido de Vargas Salinas? Después me pasaron un fax en el que el general negaba lo que me había dicho sobre el paradero del guerrillero. Yo me sentí en la necesidad de llamar a una conferencia de prensa, porque comenzó una avalancha de insinuaciones, yo tuve que reafirmar lo que había publicado, pero intuí que Vargas Salinas estaba en aprietos. En esa conferencia dije que Vargas era un hombre patriota, sincero y que me parecía que el comunicado, si bien estaba firmado por su puño, parecía ser influenciado por unas manos ajenas, refiriéndome a los militares, que para entonces ya se estaba filtrando información de que estaba muy enojado.

- Y los políticos, ¿qué dijeron? - Gonzalo Sánchez de Lozada, que era el presidente de Bolivia, dijo que escuchó decir que mi persona había sacado la información a Vargas Salinas de whisky en whisky, cosa que no era cierto, porque fue entre café y café. El general no solamente no estaba ebrio, sino que habló como un hombre que no tenía ninguna cosa que temer y dije que lo había grabado todo, y acto seguido yo saqué la grabación que tenía en mi calcetín y la mostré a los periodistas que asistieron a la conferencia de prensa. Creo que era el día que el presidente abolió el secreto militar, era la primera vez que los bolivianos sabían que había secreto militar en torno a la ubicación de los restos del Che. Sánchez de Lozada confirmó la conformación de una comisión cívico-militar para ubicar los restos del Che.

- ¿Cómo era el ambiente en aquel momento? - Era un ambiente muy fuerte, viajé a Vallegrande, llegaron los altos mandos militares, incluyendo algunos que pelearon en contra de Guevara. Lo más curioso era que nos quedamos todos en el mismo hotel y alguno que otro me miraba de reojo en el desayuno, hasta hubo uno que me preguntó, ¿cómo es que le sacaste eso a Vargas Salinas? Luego supimos que a Vargas Salinas lo tenían bajo arresto domiciliario, lo trajeron a Vallegrande, lo hicieron caminar por la pista aérea (flanqueado por dos generales iracundos), con un pie dentro de la avioneta. Dijo que después de 28 años no podía recordar el lugar y luego se fue y nunca lo vi. Llegaron antropólogos forenses, unos italianos con georradar, era un trabajo de salir y probar su suerte. Duró 17 meses la búsqueda, con los militares intentando en todo momento incomodar, pero finalmente se logró dar con el Che y efectivamente estaba en la pista de Vallegrande.

- ¿Cuánto tiempo te quedaste en Valle Grande?, ¿Estuviste el día del hallazgo? - Estuve seis semanas más. Regresé a casa para Navidad porque había estado dos meses fuera. Recuerdo que después de dos semanas de búsqueda se cayó el tema, los generales empezaron a mover sus sables y supimos que se marchaban a La Paz para plantearle al presidente que hasta aquí no más la búsqueda. Antes habían llegado ex soldados veteranos de Ñanacahuazú para quejarse que nunca habían recibido pensiones después de casi 30 años, y ellos estaban enojados y algunos me amenazaron. El Viceministerio del Interior me tuvo que poner protección unos días; había un ambiente caldeado.
Esa noche, cuando se marcharon los generales a La Paz, llegaron dos o tres campesinos y se presentaron ante Loyola Guzmán, que era la única ex-guerrillera del Che que había sobrevivido. Le dijeron que sabían dónde hay muertos y la llevaron a tres km del pueblo, a un barranco, donde se encontraban seis guerrilleros enterrados, casi a ras del suelo.
Cayó la noticia como una bomba. Con eso revivió la búsqueda porque era la prueba de que había gente ilegalmente asesinada y enterrada en la zona. Llegaron forenses cubanos y yo me marché a casa. Quedaron que me avisarían tan pronto como lo encuentren. Fui a España, donde vivía, terminé la biografía del Che, hice viajes a todas partes y después fui a Miami, de gira promocionando mi libro. Ahí me amenazaron de muerte por escribir sobre Guevara. Yo tenía que ir de ahí a Nueva York para ser testigo de boda de mi hermana mayor. Pero me llamó desde Vallegrande Alejandro Incháurregui, el jefe de los forenses argentinos y me dijo: “Jon, lo hemos encontrado, ven. No le vamos a decir a nadie hasta que llegues”. La llamé a mi hermana y le dije: “Lo siento, no puedo ser testigo de tu boda porque los restos del Che reclaman mi presencia”.

- ¿Cómo fue tu ‘contacto’ con el Che? - El Che estaba a seis metros del último hueco cavado en 1995 antes del abandono de la excavación. Había una fosa que habían cavado y seis cuerpos ahí, cinco tirados promiscuamente, uno encima del otro, y el sexto recostado boca arriba, con cierta dignidad, con una campera tipo militar puesta sobre su cabeza y con las manos cercenadas quirúrgicamente como apuntando al cielo. Me dijeron que ya le habían hecho las pruebas, que encontraron tabaco en el bolsillo y yeso con el que le hicieron la mortaja, (hicieron una máscara antes de desaparecerlo). Se me estremeció el cuerpo al verlo. Era la comprobación de un hombre que fue asesinado y de pronto estaba ahí su cuerpo. Fue muy dramático. Al día siguiente, el New York Time sacó la noticia diciendo que después de 28 años el Che Guevara parece estar muerto.

- ¿Siguió en contacto con el general Vargas Salinas? - Me olvidé decir que luego de mi conferencia de prensa en La Paz, mandó otro fax diciendo que lo que había dicho era cierto. Pero nunca nos vimos. Yo temía por su integridad. Nunca más supe de él.


   Perfil  
Cronista que depende del asombro  Nació en los EEUU en 1957, pasó parte de su infancia en Colombia, donde aprendió el español, que domina con la inquietante pericia de los agentes dobles, y vivió varios años en Corea, Taiwán e Indonesia, donde entendió que las culturas distantes pueden ser una forma de naturalidad. El futuro cronista creció al lado de una madre escritora que preparaba guisos con ingredientes de varios países y un padre que desempeñaba un cargo diplomático...  La familia se acostumbró a ser feliz en cambiantes circunstancias. Lejos de crecer como un desadaptado, el hijo se convirtió en un entusiasta de los viajes y desde muy joven adquirió el hábito de memorizar atlas. Uno de los sellos del cronista es el dominio  de los datos precisos. Los viajes son su territorio, entre junio y septiembre de 2005 cruzó el Atlántico 18 veces, una cuota normal en su género de vida. En Bagdad, donde cubrió la guerra, reservaba cuartos en tres hoteles porque uno de ellos podía ser bombardeado esa noche.
* (Extractos del prólogo El Americano impaciente, escrito por Juan Villoro en el libro de Jon Lee Anderson, El Dictador, los demonios y otras crónicas, que se publicó en Anagrama)


Publicado en El Deber (Santa Cruz de la Sierra), 24/06/2012
Foto: El Che yace muerto en La Higuera

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