Monday, June 10, 2013

La última, perdida batalla de Cristóbal Colón


MEMPO GIARDINELLI

La decisión presidencial de trasladar a Mar del Plata el monumento a Cristóbal Colón que desde hace un siglo está a espaldas de la Casa Rosada, no sólo desencadenó pasiones inútilmente, sino que sumó confusión al escenario político. En un país en el que todas las energías de la política deberían concentrarse en las próximas batallas electorales que se prevén de alta intensidad; en el que el Poder Judicial está resquebrajado por primera vez desde 1853; y en el que algunas buenas decisiones del gobierno coexisten con otras inexplicables y hasta absurdas, esta última disputa fue, por lo menos, un disparate.

Convertir a Cristóbal Colón en el eje de una cuestión política, como hicieron el peronismo desde la Casa Rosada y el PRO macrista desde el gobierno municipal, es, por lo menos, un desatino que habla —aunque ellos no lo quieran y no se den cuenta— de algunos desconciertos que reinan en sus respectivas filas.

Se sabía del empecinamiento presidencial, pero llevar hasta las últimas consecuencias esta cuestión resultó, como diría la propia Presidenta cuando practica su Inglés en Twiter, por lo menos too much. No hacía falta jugarse ella personalmente para sostener una decisión que no es fundamental, ni tampoco hacía falta entrar en un para muchos irrisorio debate mediático a través de una de sus principales espadas, el Secretario de la Presidencia Sr. Zanini.

Del otro lado, también se sabía del oportunismo de los seguidores del alcalde porteño, a quien persigue la sombra de su poquísima inclinación al trabajo, sus decisiones autoritarias y su interés solamente en lo que puede significar negocios y dinero. No hacía falta que ahora se apresurasen a presentarse como defensores del monumento al navegante genovés, cuando la ciudadanía sólo tiene que mirar alrededor para comprobar el estado lamentable de casi todos los parques, estatuas y monumentos de la hoy semidestruída y mugrienta ciudad de Buenos Aires.

Como en el viejo chiste del muerto que se ríe del degollado, en esta pelea que debió ser absolutamente menor y de entrecasa, ambas partes acabaron a los gritos en medio de la calle y desgastándose en una batalla en la que nadie ganó y todos perdieron.

Todo indica que el pobre navegante genovés ahora va a realizar su último viaje a la ciudad de Mar del Plata, para dejar su lugar porteño a la Generala Juana Azurduy, heroina de las Guerras de la Independencia en el Siglo XIX. Pero esa contraposición es más aparente que real, y el verdadero resultado de esta última, inútil batalla no es otro que la confusión y el hartazgo de buena parte de la ciudadanía.

En medio del estridente silencio que hicieron historiadores, escultores y restauradores argentinos —que hubieran podido y acaso debido abrir un debate serio, ya que no lo abrieron las autoridades— los únicos ruidos de esta guerrita fueron los gritos insinceros de quienes apenas vieron una nueva oportunidad de hacer antikirchnerismo barato. Claro que a eso contribuyó el propio gobierno nacional, que con su obcecación les regaló al alegre equipo municipal y a los medios hegemónicos un traje a medida.

Como sea, la reiterada decisión de trasladar el monumento sigue siendo, en mi opinión, un error. Las razones expuestas son débiles e inconsistentes. Todos los supuestos argumentos no han sido más que chicanas, y, si de iniciar un debate acerca del rol de los conquistadores se trataba, ello no sucedió. No se defienden así los arrasados derechos de los pueblos originarios, como no se juzgan así las atrocidades de un imperio quinientos años después. Ni mucho menos se repara históricamente nada de esta manera.

Quienes reivindicamos la permanencia del monumento en su sitio original no nos interesamos por la disputa político-judicial entre dos administraciones, ni por otro, fastidioso, nuevo carnaval de cautelares. Lo que simplemente pretendemos muchos ciudadanos de este país (no de la ciudad solamente) es que se respeten la historia urbana, la estética y el cuidado de los monumentos públicos en los sitios donde originalmente se los instaló. Y si están dañados, que se los repare. Y si hay que moverlos, que se discuta adónde y por qué y cómo. Y si son monumentos de sujetos o acciones cuestionables, entonces que se convoquen debates públicos y participativos, que para eso esto es una Democracia. La Historia de una nación no es propiedad de un único conglomerado humano, y sobre todo no se cambia de un día para otro, ni es bueno que lo haga un solo gobierno, por altísima que sea su legitimidad. El debate histórico siempre es necesario y lleva mucho tiempo, y es bueno que así sea.

Y el mismo argumento vale para todas las estatuas, esculturas, conjuntos artístico-arquitectónicos y demás ornamentos urbanos, que los hay en todo el territorio nacional. Por eso resultó absurdo convertir este debate, necesario y republicanamente saludable, en una cuestión "K o anti K".

Finalmente, también hay que decir que mucho de lo peor de la política argentina quedó de manifiesto con este episodio. El gobierno se equivocó y no fue capaz de admitirlo, y entonces redobló la apuesta, como niño caprichoso. El macrismo procedió de manera igualmente infantil, pretendiendo ser todo lo que no es (cuidadoso, ecológico, respetuoso de la cultura). Y el resto del espectro político hizo un silencio atronador, mientras, una vez más, los medios concentrados cacarearon su ritual credo opositor.

Mientras el traslado del almirante italiano parece irreversible, y el desembarco en su plaza de la Generala Azurduy también, sólo faltaría ahora que algún genio en las sombras le susurre al Poder la idea de que el Paseo Colón pase a llamarse Paseo Azurduy, a lo que seguirían —por qué no— otros desenfrenos. Por ejemplo, que el Parque Lezama se llame Parque Hugo Chávez, o que la Provincia de Misiones se llame Provincia Francisco.

Si viviera, María Elena Walsh nos explicaría que todo es posible en el reino del revés. 

_____
Del blog del autor, inicialmente en THE BUENOS AIRES HERALD (Traducción), 09/06/2013

No comments:

Post a Comment