Tuesday, December 3, 2013

Simone de Beauvoir, encore


Fabienne Bradu



Pensé que había terminado para siempre con Simone de Beauvoir. Quiero decir que había relegado la lectura de su obra al fervor de mis veinte años, porque la personalidad de la autora ya me resultaba antipática debido a su falsedad y su mitomanía galopante. Pertenezco a la generación de las nietas de Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, que todavía padeció los rescoldos del existencialismo en su vertiente amorosa. Poco a poco los documentos que fueron publicándose después de la muerte de la pareja mítica mostraron cuánto fuimos engañados por las mistificaciones elaboradas sobre todo por Simone de Beauvoir acerca de un “nosotros” (Jean-Paul Sartre y ella misma, inevitablemente) a prueba de todo y que se acomodaba a las “contingencias” como si el amor debiera prescindir de la exclusividad para ser moderno y antiburgués. Por supuesto, casi ninguno de nosotros, sus ingenuos descendientes, lograba acatar el modelo y nos sentíamos ineptos, sin talento para vivir la modernidad amorosa, en fin, siempre en falta y como culpables. Antes que una desilusión, fue un verdadero alivio descubrir que la culpa no estaba de nuestro lado y que Simone de Beauvoir, nunca desmentida por su “petit” Sartre, había tenido una gran responsabilidad en el embaucamiento.
Bárbara Jacobs me obligó a revisar mis juicios y, finalmente, a refrendar mis prejuicios, a través de la lectura de su ensayo proustianamente titulado Un amor de Simone, e inspirado por la publicación póstuma de las cartas de Simone de Beauvoir al escritor estadounidense Nelson Algren. Ambos escritores se enamoraron “perdidamente”, como suele decirse cuando la pasión nace a primera vista y con tal intensidad que se pierden, a un mismo tiempo, los pies sobre la tierra y la cabeza entre las nubes, y sostuvieron una relación de 1947 a 1964, es decir, durante unos diecisiete años de encuentros y separaciones y, sobre todo, de centenares de cartas que fueron y vinieron entre París y Chicago. Algunos viajes compartidos dieron a la pasión epistolar un semblante de matrimonio ideal; entre ellos hubo un largo descenso desde el lago Michigan hasta Yucatán y Guatemala, con otros altos en la República Mexicana. Sólo se conoce el lado femenino de la correspondencia porque, antes de morir en 1981, Nelson Algren se opuso a la publicación de sus respuestas a Simone de Beauvoir. Editadas por Sylvie Le Bon, la hija adoptiva y albacea literaria de la existencialista, las cartas carentes del espejo masculino provocaron un claro desconcierto entre los lectores. La extrañeza podría resumirse en la siguiente pregunta: si Simone de Beauvoir estaba tan enamorada de Nelson Algren como sus cartas lo atestiguan, ¿por qué no se separó de Sartre, con quien ya no tenía relación íntima y que, por su lado, vivía una pasión susceptible de peligrar la primacía del Castor, para vivir la felicidad que por primera vez decía sentir entre los brazos de Algren?
Bárbara Jacobs se asoma a este misterio que enturbia la leyenda de Simone de Beauvoir pretendiendo redimirla, y pone en tela de juicio sus posiciones teóricas en contra de las ñoñerías burguesas sobre el amor y el matrimonio. Para dar sentido a la contradicción que revelan las cartas, Bárbara Jacobs desentierra a la Simone de Beauvoir —¿más real y verdadera o más cándida y boba?— que se escondía al interior de la racional, gélida y famosa Simone de Beauvoir. Alguien comentó que Sartre volvía locas a las mujeres. “Y a mí se me ocurrió pensar, arriesga Bárbara Jacobs con mucho tino, que más bien se volvían locas precisamente porque él no lograba volverlas locas”. Y así pinta Bárbara Jacobs a la mujer soterrada que el deseo de Algren despertó: “Para la Simone interior de Simone, para la Simone auténtica, amar era amar a un hombre, desearlo sexualmente, vivir y trabajar con él bajo un mismo techo, hasta que la muerte los separara”. En pocas palabras, un clásico cuento de hadas en el que la pionera del feminismo mundial ya no sospechaba creer a sus casi cuarenta años, sobre todo después de escribir El segundo sexo. De pasada, se descubre a una inopinada llorona que la ensayista mexicana presenta con un dejo de ironía: “El 4 de junio de 1947, muy al principio de su amor, escribe a Algren que llora porque no llora entre sus brazos, aunque observa que la frase no tiene sentido, pues si estuviera entre los brazos de Algren no lloraría”. Un amor de Simone lo deja a uno más que perplejo, sin saber si este amor es admirable o reprobable, tal vez porque Bárbara Jacobs escapa de la sanción moral para situarse en otra perspectiva, a mi juicio, más inaudita y pertinente.
Simone de Beauvoir escribió centenares de cartas en inglés porque el francés de Nelson Algren flaqueaba aun más. La anglófila Bárbara Jacobs las leyó en la edición neoyorquina: A Transatlantic Love Affair, publicada apenas un año después de la francesa de 1997, en una traducción al francés por Sylvie Le Bon, y a las que siguió una versión española en 1999, a cargo de Miguel Martínez-Lage para Lumen. En estas minucias editoriales reside el Flandes o el flanco donde Bárbara Jacobs clava su filosa pica analítica. Sendas traducciones al francés y al español corrigieron los errores idiomáticos de Simone de Beauvoir en inglés sin percatarse de que constituían el encanto de la correspondencia, como lo asegura el editor neoyorquino en una nota introductoria: “El encanto de leer el manuscrito original con los errores de lengua intactos nos animó a conservar la gramática y ortografía originales de Simone de Beauvoir, como a arriesgarnos a no tocar lo que puede parecer como una serie de errores”. Una observación que evoca la de André Breton en la segunda edición de Nadja, cuando asegura preferir por encima de todo las cartas de amor rebosantes de errores y “los libros eróticos sin ortografía”. Bárbara Jacobs desenmascara los escollos de la traducción para sugerir la sarta de tergiversaciones cometidas por Sylvie Le Bon con las cuales siguió mistificando la figura de su madre adoptiva. La de Bárbara Jacobs es una entrada sesgada que denota una lectora atenta al espíritu que nace de la letra, y le permite dar en el blanco con reiteradas flechas disparadas desde ángulos tangenciales. “Una perspectiva es como la mañana siguiente de la noche anterior —escribe al final de un capítulo—, o como la siguiente página de tu diario, que no te permite engañarte a ti mismo porque tu verdadero espejo es él”.
Entabla Jacobs con Sylvie Le Bon una polémica que va nutriendo con otros aportes sin nunca pretender asumir el papel de investigadora académica como aquellas que “coloquian” periódicamente en la Simone de Beauvoir Society. Lejos de la escritora mexicana el afán de soliloquiar con convencidos; al contrario, pone el dedo en las llagas feministas y las cuestiona con un sentido común que muchas veces es una careta de la ironía. Por ejemplo, pregunta por qué Sylvie Le Bon tradujo el “you” por el pronombre “vous” que Simone reservaba a Sartre en lugar del “tú” que denota una mayor intimidad, sobre todo si ésta es amorosa y erótica. También cuestiona la elección de la palabra “boor” para calificar a Nelson Algren, el autor de El hombre del brazo de oro, en la traducción al inglés por Kate LeBlanc del prólogo de Sylvie Le Bon. “Boor”, dice Bárbara Jacobs, significa campesino o rústico, una palabra bastante inadecuada para catalogar al escritor que dedicó su obra a retratar a los marginados y los bajos fondos de Chicago. El reparo le permite introducir un retrato más fiel del ausente de la correspondencia y dar la palabra a quien estuvo tan presente en la vida de Simone de Beauvoir.
A través de varios extractos de una entrevista a Nelson Algren (H. E. F. Donohue, Conversations with Nelson Algren, Berkeley Publishing Corporation, Nueva York, 1965), Bárbara Jacobs desentraña las razones que motivaron al norteamericano a romper la relación amorosa con Simone de Beauvoir. Por supuesto pesaron las reiteradas negaciones de ella a abandonar a Sartre: “Me parece que Simone necesitaba que Sartre la necesitara”, especula Bárbara Jacobs, pero parece que otro argumento intervino en la decisión de Algren: el minucioso relato de la relación que Simone hizo público en su modalidad ficticia con Los mandarines (1954) y memorialista con La fuerza de las cosas (1963). “Contarlo todo tiene sus riesgos —contestó Nelson Algren a un entrevistador que lo azuzaba con el tema de la exhibición de la vida sexual de los escritores—. Contarlo todo bajo la suposición de que el mundo ha estado esperando oírlo, cuando el mundo no ha estado esperando nada por el estilo. Lo único que el mundo ha estado esperando es que te calles un segundo. Hacer pública una relación entre dos es acabar con ella como relación de dos: demuestra que para empezar la relación nunca pudo haber tenido gran sentido si su finalidad tenía tan poco que ver con el amor. Se vuelve otra cosa. O sea, lo grandioso del amor sexual es que hace que te vuelvas ella y ella tú, pero cuando compartes la relación con todo el que pueda comprarse un libro, lo reduces. Deja de tener sentido. Es bueno para el negocio de los libros, supongo, pero tú sencillamente pierdes interés en la otra persona”.
Y para redondear la contundencia de la declaración, Bárbara Jacobs termina su ensayo con la contrastada muerte de los amantes trasatlánticos: Nelson Algren muere en su departamento de Nueva York, donde su cadáver permanece tres días antes de ser descubierto. Simone de Beauvoir fue enterrada con bombos y platillos en la tumba de Sartre en el cementerio de Montparnasse, con el anillo mexicano que le regalara Algren cuarenta años antes. Un día, ella le había escrito: “Siento que nunca envejeceré y que nunca moriré mientras tú me ames”.
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Bárbara Jacobs, 
Un amor de Simone, Conaculta, México, 2012, Colección El Centauro, 67 pp.
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De Revista de la Universidad de México #117, noviembre 2013

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