Tuesday, June 24, 2014

IMÁGENES PACEÑAS


Miguel Sánchez-Ostiz
Ayer, sábado, por pura casualidad, además de La guerra de vicuñas y vascongados, de Alberto Crespo Rodas, encontré una edición de Imágenes paceñas, de Jaime Sáenz, que había buscado en vano, tanto el año pasado como este. Las fotografías que acompañan al libro no son de Sáenz, como yo creía, porque era fotógrafo, sino de Javier Molina.
En La Paz no hay una sola buena librería de viejo y en los puestos que antes estaban en la plaza de San Francisco, casi todo son ediciones piratas de libros actuales, libros muy sobados pasados de moda y manuales prácticos anacrónicos. Y si aparece algún buen libro, alguna edición argentina por ejemplo, es por casualidad.
Gregorio Iriarte, en su 
Análisis critico de la realidad, viene a decir que Bolivia es el país del fraude: es notable la cantidad de pirateo que ha, y el sector editorial no queda al margen.
Por lo visto, las ediciones que no se venden, se destruyen. Por la calle se ven muchos anuncios de compra de papel, libros incluidos.
RENÉ Arze me dice que en Imágenes paceñas está su novela Felipe Delgado. No sé si tanto. Están los escenarios, esos escenarios que a veces tiene función de personajes, y están algunos de sus personajes, como el aparapita, por ejemplo, su tema más recurrente, algunos menestrales, cuya presencia urbana es residual, y está, eso sí, la ciudad, su urdiumbre, a modo de protagonista de su novela.
Yo no sé si Sáenz, como dicen, fue un 
flâneur más nocturno que diurno, pero en este libro aparece sobre todo una ciudad diurna. Pertenece a una época en la que se hablaba mucho del “misterio” de las ciudades y en ese misterio se albardaban naderías. Pero Sáenz, en algunas páginas, escribe auténticos poemas en prosa.
Y es que La Paz es una ciudad que se presta como pocas a esa clase de libros que tienen a la ciudad, a sus calles y a sus habitantes como únicos protagonistas. No son libros costumbristas, son paisajes del alma.
Pese a su carácter de ciudad literaria, hay muy poco escrito sobre ella, con voluntad literaria, por eso es raro el libro de Sáenz. Los escritores actuales parecen huir de ella.
El suyo me ha recordado, de lejos, algunos grandes libros de ciudades, como el de Leon Paul Fargue. Sin esa voluntad de truculencia que tuvo Solana o de virguería, de Gómez de la Serna.
Cuando se habla de La Paz de Saenz, hay que hablar del inventario de lugares urbanos de Imágenes paceñas: callejones adoquinados, el Mercado Rodríguez que es el mundo de las cholas, los tambos (los pocos que quedan calle Sagárnaga arriba), las casas coloniales y sus entrañas, el Illimani que más que una vista es una presencia, las bodegas, el cementerio general -es curioso que no hable de un lugar que él frecuentaba mucho: la morgue, donde el año pasado tenían los cadáveres de pie, las calles raras, como esa de Inca Mayta Kapac, con sastres y una bodega infame, junto a la calle donde van a recogerse los lustrabotas, lugares que el turista y el paceño de orden evitan (porque no es flâneur y nada se le ha perdido en esos lugares, no por otra cosa me pueden decir) y quizás no conoce ni de oídas… Sáenz, como es preceptivo, certifica la defunción de esa ciudad, pero la defunción no ha llegado todavía, pese al paso del tiempo y a los esfuerzos de políticos y urbanistas. Hay algo, bastante, de La Paz de Sáenz, que permanece, que puede encontrarse a nada que nuestros pasos se separen de las guías que nos dicen por donde ir (y por donde no), a nada que nos dejemos llevar por la marea humana.
Nuestras propias ciudades nos son desconocidas. Pascual decía que toda una vida no es suficiente para conocerlas. Interpretarlas, llevarlas a los papeles y que el tiempo no los arrugue, es todavía más difícil.
EL otro día me entrevistó un periodista que tiene una pequeña biografía de Jaime Sáenz. Se extrañó cuando le dije que conocía su trabajo y lo había leído. Me miró como a un bicho raro.
Sáenz es otro de los que tarde o temprano aparece en la conversación entre escritores o con gente que compartió tareas docentes en la universidad. Hay actores que lo interpretan.
Su anecdotario parece ilimitado: el pasearse con un brazo de cadáver envuelto en un periódico; el perorar desdentado; su forma brusca de hablar que algunos imitan; su manera de fumar partiendo cigarrillos; el jalador imparable de cocaína; el dandi del jipijapa que se llevaba sillones del Club La Paz, por apuesta, sostenidos en una mano; el raro melómano que escuchaba a Brukner en una habitación pintada de negro…. Saénz era un excéntrico a quien le gustaba llamar la atención, me dijo alguien que le conoció.
Tuvo la suerte de tener a una buena poeta, Blanca Wiethuchter, que estudió su obra y fue un precedente se sus estudiosos actuales.
Lo declaran con jovialidad ilegible, pero es un santo literario que irradia una luz con un poder de atracción que pocos letraheridos resisten.
EN La Paz hay escritores que se arrancarían los dientes para posar como Sáenz y que olvidan gustosos que, además de trabajar en la embajada de los Estados Unidos –¿servicio de prensa o de información?-, redactaba los informativos del canal 7, el canal oficial, en la época de Bánzer.
Lo cierto es que en Bolivia hay mucha más gente que de una manera o de otra trabajó para Bánzer de lo que les gusta admitir a los interesados (prefieren su pose de izquierdistas).
A esos datos turbios y a su ideología antisemita y nazi, es preferible oponer el que fuera un hábil componedor de relojes, un necrófago, que tuviera fobia a la luz, y que se tocara con un jipijapa, y un escritor intocable, indiscutible, sobre cuya vida se escribe mucho. A las veladas nocturnas de su casa se iba en peregrinación, tanto los que fueron, como los que no, pero lo cuentan; como se va ahora en peregrinación alcohólica-literaria a su tumba en el Cementerio General de La Paz
A Sáenz le perdonan su ideología algo más que conservadora, provocadora. Se dice que en su despacho tenía una fotografía de Hitler, que en otras versiones, es el mismo Saenz vestido de SS, durante una de sus estancias en Alemania. Más leyendas. Poco comprobadas y documentadas hasta ahora.
Para el novelista Adolfo Cárdenas es Sáenz quien, como escritor, logra establecer una identidad urbana frente a una identidad nacional-étnica, más de corte costumbrista. Es Sáenz quien escribe la primera novela urbana boliviana, 
Felipe Delgado, la novela, además, de una clase social residual llamada a ser barrida del mapa: basta pasearse por las calles que ascienden desde la Plaza Murillo, flanqueadas de casas republicanas en ruinas, para ver boticarios que parecen salidos no de las novelas de Onetti, sino de la narrativa de Sáenz.
Es extraño cómo Sáenz ha sido olvidado por los distintos 
booms editoriales latino-españoles (más cucos unos que otros), pero ha sido traducido al alemán, al ingles y al italiano, a pesar de que hay algo en su literatura, tan unida a La Paz, que la hace exportable con dificultad. Se puede decir que quien no conoce las calles de La Paz, las bodegas, su fauna, no puede entrar en su obra, que la ciudad es su clave… y sin embargo su prosa seduce, sus ideas a contrapelo sorprenden, su vertigo es contagioso. El mundo de la noche, la muerte al fondo, el desamparo, la violencia de la desesperanza, no conocen geografía urbana alguna. Están en el equipaje del escritor, viajan con el vigor y la calidad de su prosa.
DE lo que no he podido obtener información es de la película Saber que te he buscado, de la directora Mela Márquez, porque todavía no se ha estrenado.
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De vivir de buenagana, blog del autor, 24/05/2009

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