Monday, October 13, 2014

Lectores 2.0: libros y vigilancia informática

ALBERTO R. LEÓN
A inicios del mes de julio, The Wall Street Journal publicó un artículo que tuvo amplia circulación en redes, “los libros menos leídos del verano”. Tal como los millares de noticias que salen al día, esta quedó como un curioso caso de la red. Sin embargo me temo que la irrelevancia de la nota devela una enorme importancia en cuanto a usos y prácticas a los que podemos estar expuestos.
Más allá de los trasnochados conservadores que enarbolan los libros como objeto totémico y fetichista de sus más oscuros deseos, las ediciones digitales han incursionado cada día con mayor éxito al mercado y a las sociedades. Entre las ventajas que podemos hallar sobre libros electrónicos tenemos lo barato y cómodo que llega a ser la relación lector-dispositivo, la movilidad, el peso, entre otras.
En la actualidad, la industria editorial está en desarrollo para que sus catálogos tengan versiones digitales de sus ejemplares. Fuera del debate poco prolífico sobre el fin del libro, ha quedado demostrado que millones de lectores se han inclinado por esta forma de consumo literario.
Amazon logró capitalizar con una aguda mirada este cambio, y es que a pesar de que en 2011 la empresa fue acusada de cometer un suicidio por los bajos costos de sus readers, la mirada de Amazon no estaba en la obtención de ingresos inmediatos, sino en la expansión y el monopolio del mercado a mediano y largo plazo.
Los bajos costos de los libros que ofrece Amazon han puesto en serios problemas a las industrias editoriales en todo el mundo. Los costos de producción y de personal son reducidos drásticamente, de tal forma que los antiguos editores luchan por no caer en una eminente derrota, ante la calidad, precio y accesibilidad que la empresa estadunidense ofrece.
Algunos otros editores y empresas librescas han apostado por subirse al tren del libro digital y comenzar a hacer lo propio con sus ediciones. “Adáptate o muere”, reminiscencias darwinianas en pleno siglo XXI. El mercado editorial sin duda ha dado un giro de 180 grados en el último lustro. Y sucede que más allá de establecerse como el monopolio editorial y dejar en la banca rota a pequeñas y grandes editoriales que tomo desprevenidas, Amazon ha apostado por otro camino más perverso aún: la vigilancia.
Con el lanzamiento del Kindle 3 en 2010, la comunidad lectora se percató de un micrófono que nunca pudo especificarse para qué o cómo podía servir; al respecto, Amazon indicó que posteriormente podría ser utilizado, después no hizo más comentarios. Algunos usuarios dieron por sí mismos usos como grabadora de voz, pasando a la historia el tema tras la salida del Kindle Fire.
En junio del 2013, Edward Snowden reveló al mundo cómo el gobierno de Estado Unidos era un panóptico y la mayor fuerza de espionaje jamás imaginada, brindada por diversas empresas de cómputo en la nube. Dentro de los documentos que Snowden proporcionó a The Guardian correspondiente PRISM, brilló por su ausencia el nombre de Amazon, o al menos directamente.
Una de las empresas que se ha hecho pública su implicación con la NSA es Drop Box, quienes son alojados, curiosamente, por Amazon. A pesar de que se ha negado públicamente la participación de la empresa de Seattle en lo concerniente a PRISM, quién descarta su participación como “colaboradora” de la NSA y temas concernientes a la vigilancia de sus usuarios. Aun así sus servidores sí colaboran amablemente con los servicios de inteligencia estadunidenses, tal es el caso de Drop Box.
Pensemos entonces, si Amazon tiene la capacidad de saber qué, cómo, quién y dónde se lee un libro comprado en su store, qué puede llegar hacer con esos datos. Regreso al inicio de estas líneas. Un artículo que demuestre los libros menos leídos en el verano, basado un estudio del porcentaje de avance en la lectura, subrayados que los lectores hagan, demuestra una parte del alcance real de los datos obtenidos por la empresa para tener acceso a su información. Pienso, desde luego, en tarjetas de crédito, domicilio, horas de conexión a internet, lecturas, formas de lectura, etc., etc., Etcétera.
El mismo Snowden, en una conferencia TED asegura que si un lector compra un libro, por ejemplo, 1984 de Orwell, por más cliché que parezca, corre el riesgo de ser inmediatamente vigilado, sea o no un delincuente. Pero eso no es lo peor, ya que al no brindar un servicio encriptado o de conexión segura (HTTPS), no sólo la NSA puede colarse a los datos del lector, sino que también lo puede hacer cualquier servicio de inteligencia internacional.
Ahora, no solamente usuarios de software libre o hackers están bajo la lupa de aquellos bouyers de la NSA, sino que la comunidad lectora puede estar al igual sometida a la vigilancia.
Cuando en foros hablamos de “nuevas formas de leer” pueden llevarnos los imaginismos del progreso y la maravilla tecnología, o puede salirnos lo romántico y pedante del conservadurismo material del libro, pero lo que quizá no hemos presupuestado es el verdadero valor en metadatos de nuestras huellas digitales que podemos o no dejar con la lectura por medio de este tipo de dispositivos.
Además, este problema evidencia que la cultura del libro no se encuentra en lo más mínimo lejos del progreso tecnológico, el cómputo en la nube es quizá uno de los riesgos más grandes que podemos correr como usuarios, profesionales, universitarios y, por supuesto, lectores.
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De PALABRAS MALDITAS, 03/08/2014

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