Tuesday, December 2, 2014

Josefina Licitra, periodista argentina: la cronista de lo invisible



Marcelo Simonetti / Revista Mujer / La Tercera

Con 35 años, es una de las plumas latinoamericanas más estremecedoras de la narrativa de no ficción. Sus historias desnudan, sin efectismos, un mundo cruel y desigual, en donde las mujeres y los adolescentes suelen llevarse la peor parte. El periodismo que viene no lo está escribiendo Julian Assange ni Yoani Sánchez. Desde hace unos años, lo viene haciendo Josefina Licitra.
Tiene un esqueleto fino, Josefina Licitra (35, casada, un hijo), y modales delicados. Esa elegancia de movimientos lleva a pensar, a golpe de vista y prejuicios, que ejerce el periodismo desde las páginas sociales. Pero no. Lo suyo va por otro lado. En vez de cócteles e inauguraciones, ella prefiere los márgenes y el desamparo. En 2005, para Rolling Stone, escribió la historia de Romina Tejerina, una muchacha de 18 años que esperaba condena tras asesinar, en el baño de su casa, a su hija recién parida. Desde hacía siete meses guardaba un secreto que era una pesadilla: un vecino la había violado. “Romina parió en forma prematura y protagonizó una escena digna de Hitchcock. En un brote psicótico, vio en el bebé la cara del violador, tomó un cuchillo Tramontina que estaba allí para raspar el verdín de los azulejos y le dio 17 puñaladas”, escribió Licitra.
Poco antes, en 2004, la Fundación de Nuevo Periodismo que dirige García Márquez la premió por Pollita en Fuga, la crónica de Silvina, una quinceañera que lideraba una banda de secuestradores. Clarín había titulado: “Está embarazada, tiene 15 años y se dedica a secuestrar”. Pero cuando Josefina fue a entrevistarla, en la clandestinidad, Silvina había perdido a esa criatura que crecía en su vientre. “Yo quería un hijo para poder tener algo”, le dijo, y Licitra lo escribió. No sólo redactó esa línea. Ahí donde los medios vieron una delincuente avezada, Josefina descubrió una historia de abandono e injusticia. Josefina Licitra se ha convertido en una ilusionista: hace visible aquello que los otros no logran o no quieren ver.
Ahora está aquí, frente a mí. En un café del barrio El Bosque. Se ve más pequeña que en las fotografías, más frágil. No ha venido a promocionar su primer libro, Los Imprudentes (2007, Tusquets), que habla de la adolescencia gay-lésbica en Argentina. Tampoco a hablar del que está escribiendo sobre dos barriadas enfrentadas en el cono urbano de Buenos Aires y que lleva por título tentativo Los Otros. Josefina vino a Chile a presentar el libro Domadores de Historias (2010, Ediciones Universidad Finis Terrae/RIL), donde ella fue entrevistada al igual que otros destacados cronistas como el mexicano Juan Villoro, el peruano Julio Villanueva Chang o el chileno Juan Pablo Meneses. “Yo no supe que escribía crónicas hasta que me dieron el premio de la fundación. Hasta entonces lo que hacía era lo que había aprendido en la revista Temas y Fotos, que dirigía el escritor Guillermo Belgrano Rawson, quien estaba muy interesado en atravesar los textos periodísticos por la literatura. Cuando llegué a la Rolling Stone, con 21 años, me encargaron hacer el texto de Silvina, la chica secuestradora. El editor me dijo: ‘no tengás miedo de meter diálogos. Animate un poco más a recrear escenas’. Y así lo hice”.
En La Nación se encontró con otra pluma insigne de la crónica: su compatriota Leila Guerriero. Para algunos, que los nombres de Guerriero, Licitra y la peruana Gabriela Wiener asomen en un género dominado por los hombres es una buena noticia. Para Licitra no: “Escribir crónicas exige mucho tiempo fuera de tu casa y hay muchas mujeres que tienen obligaciones domésticas significativas. En Bogotá, cuando se realizó el encuentro Nuevos Cronistas de Indias, había una desigualdad notoria en cuanto al número de hombres y mujeres que me niego a explicar por el lado del talento. Más me lo explico por cuestiones sociales. No creo que sea una buena noticia que tres mujeres estén haciendo crónicas. Cuando escucho, por ejemplo, que hay tres mujeres trabajando en el Conicet (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) yo pregunto: ¿Y qué? Cada vez que una mujer llega a una instancia habitada por hombres se convierte en tema, y yo quisiera que dejara de serlo”.
No hay banderas feministas en el discurso de Licitra. Pero esa desigualdad de género sufrida por las mujeres, ella la recoge. Cuando Josefina Licitra viajó al pueblo de Antofagasta de la Sierra, en Catamarca, no evitó estremecerse. “Las mujeres eran (para los hombres) un cuerpo lleno de orificios y silencio. Si quedaban embarazadas, no hacían reclamos: tenían a sus niños solas y se pasaban la vida sin tener la mínima noción de lo que era una ‘familia’ y -menos aun- de lo que eran los deberes legales de un padre para con sus hijos”. Josefina no escribió tanto de Antofagasta como de una manzana de éste, el barrio de San Juan, donde viven 80 madres, una infinidad de niños, unos pocos perros y ningún varón. Esas mujeres se organizaron, hicieron valer sus derechos, y con lo que lograron recaudar de sus parejas abandonadoras, consiguieron vivir juntas, solas, sin hombres.
“Cuando me enfrento a estas realidades, lo primero es el extrañamiento, el asombro. Pero a medida que las cosas van decantando te empieza a caer la ficha y me genera mucha angustia. Varias veces termino de tomar conciencia de lo doloroso de la historia cuando comienzo a escribirla. Entonces, de alguna forma, el hecho de escribir lo que he visto es un mecanismo para sacarme la historia de encima, para dejarla ahí”, cuenta Licitra.
Desde niña, Josefina Licitra leyó y escribió con fruición. Algo de responsabilidad le cupo a su padre, quien trabajaba tipeando notas en el diario La Opinión, donde trabajaban plumas mayores como Osvaldo Soriano. En ella, la vena narrativa no creció al amparo de La Opinión. No. Pero una vez que su padre se exilió en España, cuando ella tenía sólo tres años, él inició una intensa correspondencia que incluía el envío de libros. “Eran libros maravillosos: Galeano escribiendo para chicos, los cuentos rusos… Además de largas cartas escritas en papel, las que vistas ahora, con otros ojos, son muy bellas piezas narrativas.”, dice.
En esos primeros años tuvo un coqueteo con la ficción, con la escritura de cuentos. Pero su madre, sicoanalista y pragmática, le dio un consejo: “Si tanto te gusta escribir, hacé plata con eso. Si no, sonamos…”. Claro, no se hizo millonaria, pero abrazó el periodismo como forma de ganarse la vida. Un oficio que, para ella, sigue estando en deuda respecto de algunos temas.
“Un ejemplo, el caso de Romina Tejerina. Una chica de Jujuy, en el norte de Argentina, que fue violada y mató a su bebé cuando éste nació. El movimiento feminista la tiene como causa social, porque ella sigue presa y el violador anda suelto. Cuando el periodismo abordó ese tema, tú leías los textos y pensaba que Romina era una chica al borde de la cultura, una chica de campo, ignorante. No decían explícitamente que era una chola del norte; pero esa sensación te daba. Y cuando fui a entrevistarla a la cárcel, me encontré con una chica distinta, de clase media, un poco tilinga (liviana), preocupada de cómo se vestía… El episodio de la violación tampoco fue tan cliché. No la agarraron de los pelos para violarla detrás de un árbol. Ella estaba viéndose con un muchacho, empezaron a darse besos, ella quiso parar y él no paró… Y eso también es una violación. Hay una mirada esquemática, poco sensible, que obliga a pensar que los abusos sólo se cometen en los caminos baldíos, cuando sale un hombre de la oscuridad y te somete. Y no es así. Los abusos no sólo se dan en la clase baja. Y ésa es una deuda del periodismo: el contar que las desigualdades no siempre ocurren en el territorio de la pobreza”, explica.
¿Crees que hay una mirada masculina de la realidad que atenta contra eso?
Tiene que haber algo de eso. Lo que no quita que haya hombres que tienen la posibilidad de mirar desde un lugar libre de prejuicios… A mí me gustaría leer un tema que toca a la mujer escrito por un hombre. No es lo usual. Las revistas femeninas no tienen hombres en sus redacciones…Tengo un alumno que escribió sobre mujeres que alquilan sus vientres, un texto buenísimo. Estaba despojado de cualquier ánimo militante. El carácter panfletario hace daño, lo mismo que el sentimentalismo exacerbado.
¿Crees que la maternidad es un proceso que ayuda a desarrollar la sensibilidad?
El embarazo es surrealista: ¡Tener una persona viva dentro de tu cuerpo…! No podés no quedar modificada después de eso. O sea, te modifica el cuerpo, la cabeza, la mirada. En cada mujer opera distinto, cada quien queda como puede. Durante el embarazo hay una necesidad de comer ciertas cosas y yo no paraba de comer mandarinas. Cuando superas eso y vuelves al mercado del trabajo hay una demanda mental, una demanda total, orgánica, de escribir sobre ciertos temas. Te sensibilizas más. A mí el tema de la infancia no me conmovía. Y ahora en cada chico veo la cara de mi hijo, Joaquín (5). Me siento más interpelada. Lo que no quita que hay mujeres que no han tenido hijos y pueden escribir magistralmente.
_____
De Observatorio FUCATEL, 02/02/20111
Fotografía: Josefina Licitra

No comments:

Post a Comment