Monday, April 20, 2015

La novela de nuestros días

Fesal Chaín

 “Rumbo a la cosecha, cosechero yo seré,
y entre copos blancos, mi esperanza cantaré,
con manos curtidas dejaré en el algodón, mi corazón”.
El Cosechero

Son los años, los segundos, la vida. Hombres y mujeres zurciendo personajes, que no son sino cosas que la pupila chupa como quien chupa la médula del hueso de la vaca muerta, para que el cerebro las imagine a su antojo y las devuelva hologramas. Campesinas de tierra quemada. Mineros del oro del tonto. Y aquí tú, él, yo, ella, la misma trémula médula desnuda en el aire de una calle que grita como hiena y ríe a la vez, acurrucada cual viejo indio sobre la condición humana que nos ha regalado un dios tuerto. Loco vaivén, sonidos de una orquesta de musculatura lastimera, algodón al aire, oruga que no será alas, pez que observa de reojo en el lago, burlándose del último botero. Arrastras tu historia o la alzas, y no te la despegas ni raspándola con cuchillo. Argentino en Tokio o chilena en Ámsterdam, africano orando en París, blanco cesante en Soweto, árabe que arranca por una playa-sangre seca de Gaza mientras la nerviosa lengua larga de un Camus te imprime la única vena en el viejo libro extranjero. Mujer gimiendo su lenta rutina, hijo de padre enorme o pequeño, hija de madre inmóvil o que abandona, como un algodón que se va, que se va, como en la canción.
No murieron los héroes, sino quienes eran capaces de verlos. Es simple. Aunque se muy bien que ya ni siquiera intentas otear. Qué más da, que ni preguntas te hagas, porque tu andar de artrítica costumbre no te las regala. Nadie que no confronte su entorno se las hace. Si te dijeron que adecuarte era lo posible y que lo imposible era mala cosa. Bah. Ni siquiera dudas quien dijo aquello, pues crees que es el árbol gigante parlante, aquel que en medio de toda sabana se yergue sobre las cabezas de quienes lo adoran, tu familia, tu tribu, tu clan. Pero no te estoy juzgando. Qué va. Uno no se adecua, porque no puede. Es simple, al nacer este nuestro dios, me puso el pulgar medio a medio del encéfalo y giró su huella digital sobre la red neuronal blanda como gelatina. ¿Y a ti se habrá endurecido la mollera antes de la huella? Así hombres y mujeres en filas paralelas esperan el gas que derrite o la ducha que lava las llagas.
Pero en el intento sale el órgano como antena  y el túnel que se moja sincrónico o el pequeño orificio antiguo mono arrodillado. Todo  envuelto en la humareda del deseo y las babas recorriendo tu costumbre, la pupila no chupa, sino la boca, el cerebro no imagina, estalla, los omoplatos no sostienen brazos que tiemblan en la tarde sudada. El agua se seca, la tierra se moja, loco vaivén de caderas, loco vaivén sin guitarras eléctricas, loca lengua tiritando sin palabras, locos agujeros dilatados, locos órganos inflados rojos, loca mujer, loco hombre, loca la madre, loco el padre, los hijos con mollera abierta, enfrentados o como perros, de cabeza de gelatina, de huellas digitales que suben como chorro de geiser sin alas al lugar del tuerto.
No llores ni hagas de tus momentos carcajadas. El vino o la amarga droga te golpea la duramadre, las mucosas, quizás, o el abanderado te maúlla en la ingle, qué se yo. O más pedestre te indignas con tu macho o tu mujer, pues no te celebró el regalo ni el cumpleaños, o te irritas con el joven que se rasca el mentón descreído de toda palabra, o con el viejo porque grita, pero gime, con el vendedor de vacios vasos plásticos, con el cura del pueblo, con el alcalde, con el encargado de encargarse del encargo que jamás te llegó, ni en encomienda, qué se yo. Pero no lees esto y ansioso buscas el gol de media cancha, ese que te alegra y te hace estrechar al otro. Arrastras o alzas tu historia, y no te la despegas ni raspándola con cuchillo. Argentino en Tokio o chilena en Ámsterdam, africano orando en París, blanco cesante en Soweto, árabe que arranca por una playa-sangre seca de Gaza mientras la nerviosa lengua larga de un Camus te imprime la única vena en el viejo libro extranjero. Mujer gimiendo su lenta rutina, hijo de padre enorme o pequeño, hija de madre inmóvil o que abandona, como un algodón que se va, que se va, como en la canción, o en la novela de nuestros días.

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De SITIOCERO, 19/04/2015

Imagen: Ilustración para Juliette del Marqués De Sade

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