Wednesday, April 8, 2015

Sólo los amantes sobreviven, efímera eternidad

Javier Vayá Albert

Los amantes del vampirismo en general y del cine de estos seres en particular, andábamos, nunca mejor dicho, de capa caída ante el maltrato continuado hacia el género por parte de la industria del celuloide, huérfanos de Coppola y Lestat asistíamos con horror al detritus de sagas teenager cuyos artífices se merecían una buena estaca en el corazón. Precisamente hace poco uno de los responsables de los momentos más dorados del cine de chupasangres como es Neil Jordan trató de devolver el esplendor al género con Byzantium, una buena aunque fallida película. Hacía falta algo más ya que el daño había sido muy grave, era necesaria una obra más elevada e incluso rompedora y entonces apareció alguien con quien nadie contaba, o quizá sí viendo el resultado de su visión vampírica y los paralelismos de sus personajes con el propio creador; hablamos por supuesto del gran Jim Jarmusch.
Sólo los amantes sobreviven es una película fascinante y tremendamente hermosa, una obra maestra del romanticismo, más aún, el retorno a un romanticismo a la altura del propio Byron rara vez visto en la historia del cine. De perfección estética insultantemente sublime la cinta de Jarmusch se mimetiza con su pareja protagonista para adquirir su propia concepción de tiempo y espacio alejados totalmente de la inmediatez y lo estrictamente delimitado de nuestros tiempos, en este sentido el circular comienzo a lomos de un vinilo se me antoja uno de los mejores principios de la historia del cine, por belleza y por todo lo que contiene como metáfora de lo que se avecina. La espectacular, hipnótica y magnífica música (la mayoría de SQÜRL, el grupo de Jarmusch) omnipresente durante todo el film es el complemento perfecto para la atmósfera poética, embriagadora y deliciosa de la película. 
Atmósfera próxima al humo del hachís que seguramente se puede respirar en cualquiera de las esquinas de ese Tánger por el que vagabundea una luminosa, espectacular y superlativa Tilda Swinton en busca de un dealer que no es otro que el mismísimo Christopher Marlowe (genial como siempre John Hurt) también vampiro en un genial chiste metatextual. Si Tánger es el decadente escenario en el que Eve se desenvuelve, Detroit es el de Adam, un  Tom Hiddleston excelente como ese vampiro desencantado, harto de su inmortalidad y del mundo moderno que ha perdido la memoria y el respeto a todo lo que el considera sagrado. La elección de estas dos ciudades para cada uno de los amantes protagonistas no es casual ya que siendo las dos ejemplo de decadencia, Tánger continúa mostrándose ávida de conocimientos y experiencias mientras que Detroit es una ciudad abandonada y fantasmal, un espectro de los tiempos modernos. Cada ciudad es el reflejo del carácter de cada uno de ellos, mientras Eve mantiene intacta su capacidad de asombro y esperanza, Adam es un nihilista que no soporta a una raza humana incapaz siquiera de mantener la pureza de su sangre. Completa el reparto una genialmente insoportable Mia Wasikowska como la versión vampira del pariente insoportable que será un punto de inflexión en la bella, perfecta y lánguida historia de amor a través de los siglos de personajes tan distintos como complementarios.
Sólo los amantes sobreviven es una exquisita celebración del arte y el artista, del espíritu creador y sensible, con múltiples y deliciosas referencias culturales y no exenta de un elegante y finísimo sentido del humor. También es una gloriosa y emocionante reivindicación del amor como única tabla de salvación sin necesidad de ponerse cursi y baboso. Una delicatessen no apta para paladares groseros que se delata como un pase privado al alma de su autor, Jim Jarmusch, uno de los más grandes creadores de la actualidad al que deseamos que la grotesca reivindicación de lo zafio no le obligue a suicidar su arte con una bala de madera. Porque sí, estamos ante una cinta clara y abiertamente intelectual, algo por lo que ahora parece que haya que pedir perdón y que algunos que vivimos en la sombra no estamos dispuestos a permitir. Viva este elogio a la cultura, el arte y la diferencia que nos brinda Jarmusch y no olviden que, como muestra su excelente y brillante final, el hambre y el instinto de supervivencia puede sacar lo peor o lo mejor de nosotros mismos, según se mire.
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De PAPEL DE PERIÓDICO, 07/07/2014

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