Thursday, July 23, 2015

Retrato de una obra: el hombre que ama coleccionar versiones

MARIANA SANDEZ

Partamos de esta base. A Enrique Vila-Matas le encanta coleccionar versiones. De todo: de sí mismo y de su estilo, de textos ajenos, historias verídicas, falsas o reformuladas. Confeso espía y voyeur de mundos ficcionales, sus libros suelen originarse en alguna huella dejada por otros autores. Mientras sus estructuras se despliegan como ambiciosos tableros imaginarios con reglas propias y desafíos intertextuales. Esa condición lo convierte en una especie de ludópata de las letras y uno de los eruditos literarios más sorprendentes de nuestro tiempo.
Para conocer la producción de Vila-Matas, que acaba de ser galardonado en España con el Premio Formentor, habría que partir de un complejo inventario de invenciones. Cumple esa función Fuera de aquí, el libro de entrevistas con André Gabastou, su traductor al francés. Publicado en 2010 en Francia, el volumen fue ampliado y actualizado en España por Galaxia Gutenberg a fines de 2013. En el ordenado repaso de sus páginas, biografía y obra se explican entre sí, y aunque muchas de esas anécdotas ya eran conocidas, el logro es compendiarlas a todas, aunque también se añora una mayor profundidad en el análisis de cada libro.
La literatura es la fiesta del saber y hay quienes gozan en ella como cerdos, escribió Roland Barthes. Hasta tal punto Vila-Matas encarna esa idea que el deseo omnívoro de saber se vuelve su enfermedad (gozosa). Y el historial clínico de sus creaciones está sembrado de males y síndromes, planteados desde una mirada irónica.
Según las entrevistas, escribió su primera novela, Mujer en el espejo contemplando el paisaje (1973), cuando se hizo pasar por demente para ser dado de baja en el servicio militar y terminó internado en un manicomio. Lo recrea en "El hijo del columpio", un cuento de Hijos sin hijos (1993), libro inspirado en Kafka, a quien define como el hijo sin descendientes más grande de la literatura.
Las figuras de la locura y el manicomio asoman seguido en sus historias, como en dos de sus mejores novelas: Impostura(1984) y Doctor Pasavento (2005), ambas asociadas a Robert Walser.
Enloquecidos aparecieron los shandys, la sociedad secreta de Historia abreviada de la literatura portátil (1985), surgidos de las "máquinas solteras" del surrealismo. La lista incluía a Paul Valéry, Marcel Duchamp (modelo muy influyente para el autor español), Scott Fitzgerald, Georgia O'Keeffe, Valery Larbaud, entre otros. La vida misma era un ready-made que se lleva puesto y su hermoso mal, el delirio.
De sus caóticas filas se desprendió la fiebre del suicidio -físico y literario- que se amplió en Suicidios ejemplares (1991), libro de cuentos puesto en marcha tras los geniales Crímenes ejemplares de Max Aub. Esos suicidas imaginarios, que se sienten tentados pero no concretan la acción, anticiparon otra cofradía: la de los Bartleby. Curiosos seres iluminados por el relato de Melville, a los que Vila-Matas infundió el "síndrome del no" o la imposibilidad de escribir, en su Bartleby y compañía (2000). A caballo entre la ficción y el ensayo, el libro fue considerado una novela "pensante", sin bordes entre géneros, algo característico de su estilo.
A ellos les siguió un enfermo del síntoma opuesto en El mal de Montano (2002), quien no podía parar de escribir, prefería "no dejar de hacerlo". Y si Montano presagiaba el fin de la literatura que iba camino a su propia destrucción, la inmensa novela que vino después, Doctor Pasavento (2005), no sólo lo reconfirmaba, sino que también ahondaba en el síntoma de Vila-Matas por excelencia: la avidez de desaparición.
Lo que Gesualdo Bufalino bautizó como "síndrome de Wakefield" en Vila-Matas se asoció al "mal de Walser", un llamado a huir de la literalidad gris de las cosas para hundirse en la extraterritorialidad de lo literario, ese planeta paralelo. La locura (perder la razón) simboliza ahí alojarse en lo artístico pero alejado del éxito mundano, para convertirse a sí mismo en creación. El "viajar, perder países" de Pessoa se vuelve un Perder teorías (2010), perder suicidios, perder recuerdos, perderlo todo: desposeerse, extenuarse en la escritura hasta morir.
"Pase lo que pase, lo correcto es largarse", avisa la cita de Joyce en el acápite del libro, acentuando el imperativo del título: Fuera de aquí. Así como "Lejos de aquí, tal es mi meta", de Kafka, sirvió para inaugurar Exploradores del abismo (2007), novela bisagra que dividió la obra del español en dos etapas, a raíz de una grave enfermedad.
Patafísicamente le gusta decir que todos sus libros son un veintisiete por ciento (número shandy) autobiográficos, aunque algunos contienen más de su experiencia vital: El viaje vertical (1999), París no se acaba nunca (2003), Exploradores del abismo, Dietario voluble (2008) y la nueva Kassel no invita a la lógica (2014). Rescatemos también la neurosis vibrante en Desde la ciudad nerviosa (2000), recopilación de sus hilarantes crónicas para el diario El País.
Imposible olvidar el "mal de Sterne", que consiste en enriquecer e incorporar textos de otros a la propia escritura. Vila-Matas, el más fiel heredero, se autoproclama detective y delincuente literario. La intertextualidad y la metatextualidad, sus armas blancas. El autor admite, con total razón, que el pastiche en su obra se identifica con lo que hizo Jean-Luc Godard en cine. Hay mucho parangonable entre los dos.
Por esa tendencia endogámica, sus personajes están vinculados a la ficción y al arte en distintos planos. Desde su segunda novela, La asesina ilustrada (1977), el lector aparecía como parte del plan de la narración. Y en muchos casos -particularmente en Extraña forma de vida (1997)- los protagonistas son sus álter ego escritores que espían el exterior para escribir. Otras veces, son editores y artistas reales o inspirados en la realidad: Historia abreviada., Lejos de Veracruz(1995), Dublinesca (2010), Chet Baker piensa en su arte (2011), Aire de Dylan (2012).
Partamos ahora de otra base: la etimología del término "parodia" (par/odós, que en griego significa "junto a o contra el canto", es decir "de otras voces y otros relatos"). Esencialmente ése es el registro de Vila-Matas. Y su actividad clandestina, la del ventrílocuo, oficio que comparte con el protagonista de Una casa para siempre (1988). Ventrílocuo viene de "el que habla con el vientre". Utilizando su órgano fonador, habla desde otros, imposta por otros y, al hacerlo, va contando una historia que se narra a sí misma, siempre idéntica, siempre diferente.
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De ADN Cultura-LA NACION, 10/09/2014

Imagen: Franz Kline

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