Wednesday, August 19, 2015

De ilusión también se vive

Osvaldo Baigorria

El último gesto de Henry Miller (1891-1980) fue enamorarse a los 84 años de una mujer de 20. Brenda Venus (no es un seudónimo, según ella, que nació en Mississippi con el agregado de un segundo nombre, Gabrielle, de madre indígena y padre italiano) sedujo de manera terminal al eterno seductor en su casa de dos pisos en Pacific Palisades, opulento barrio de Los Angeles. Fue en 1976, cuando Miller sólo podía caminar con la ayuda de su andador y casi siempre vestía bata y pantuflas, incluso si iba a dar una conferencia o a almorzar con algún amigo. En ese momento apenas contaba con una secretaria y con un enfermero que lo visitaba regularmente para ejercitar las piernas. Según la biógrafa Mary Dearborne, autora de The Happiest Man Alive, la vitalidad del escritor se había desmoronado después de pasar por tres operaciones fallidas para que le insertaran una prótesis arterial del cuello a la ingle y así tener circulación en la pierna derecha; la última, que duró diez horas, terminó con un coágulo de sangre en el nervio óptico que le quitó la visión del ojo derecho.
De todas maneras, Henry Miller siguió escribiendo y publicando (los tres volúmenes de El libro de mis amigos) y, sobre todo, enamorándose. Su última esposa fue una japonesa, y su siguiente enamorada una china con quien mantuvo sólo una relación epistolar, llegando a escribirle más de 200 cartas en menos de un año. Pero la que batió todos los récords fue Brenda Venus, la joven y sensual actriz que se había mudado a Los Angeles para hacer carrera y, al poco tiempo, para animar la última etapa vital de Miller, con quien tenía una diferencia de edad de apenas sesenta y pico de años. Que para ella, al parecer, no eran nada… en comparación con lo que obtuvo de ese romance: en sus últimos cuatro años de vida, él le escribió más de 1.500 cartas que, por cierto, fueron publicadas por ella misma tras la muerte del autor, en el libro Querida Brenda. Hoy en el sitio oficial de la actriz, ya conocida por varias series y películas y también por haber posado para Playboy, se venden diversos coleccionables de Miller, como una carta manuscrita original a 3.500 dólares y la propia bata azul del escritor a 9.900.
Lo cierto es que esa relación mejoró radicalmente la salud del viejo conquistador, y no fue sólo epistolar sino bastante física, aunque no se sabe con seguridad hasta qué punto. En entrevistas, Brenda Venus ha insistido en que aquélla fue una historia de amor“sin contacto sexual”, en parte por miedo de él a que el corazón le fallara durante el acto. Se habían conocido luego de que Brenda consiguiera su dirección dentro de un libro antiguo, en una casa de remates. Ella le escribió, le pasó su número de teléfono y añadió dentro del sobre algunas fotos suyas de actriz. Ni lerdo ni perezoso, Miller la llamó el mismo día en que recibió esa primera carta.
A partir de ese momento empezaron a escribirse todos los días, incluso hasta tres o cuatro cartas diarias. No eran necesariamente piezas de alto valor literario pero sí de altísimo contenido erótico, con abundantes escenas fantaseadas, en las que Brenda se ofrecería semidesnuda para que él le arrancara las ropas, hundiera una mano en su húmeda entrepierna, la penetrara suave y lentamente, o le hiciera el amor como los perros. En esas fantasías ella era insaciable, según Miller: “Te conozco desde hace siglos, es decir de encarnaciones anteriores. Hemos sido amantes muchas veces. Eras prostituta del templo, en India, en Egipto.… Siempre una mujer para el placer, pero siempre religiosa. Tu religión del sexo...”,…etcétera.
En 1978, Henry le pidió que le concediese el privilegio de acariciarla, aun cuando entendía qué repugnante debe ser para una joven criatura que se le pida hacer el amor con un hombre de casi 90 años. Aun así, le solicitó amablemente cierta reciprocidad. Brenda respondió presentándose en persona en su casa, sin ropa interior, vestida sólo con un vestido blanco que dejó caer a sus pies frente a la cama. Esa desnudez habría durado apenas unos minutos. Luego volvió a cubrirse. Nada más pasó entre ellos, según Brenda, pero esa visión –que por suerte no provocó un infarto– debe haberse impreso en el único ojo sano y en toda la memoria de Miller hasta sus últimos días.
Por dos años más vivieron su romance como novios o amantes, cenando juntos todos los jueves y reuniéndose a comer y beber con amigos que, pese a las sospechas de que ella fuese sólo una arribista que quería triunfar en Hollywood, también advirtieron que esa compañía le había devuelto la vitalidad y la alegría a Miller, y que quizá logró prolongarle la vida entre dos y cuatro años, en una relación seguramente menos artificial y más sana que la prótesis que le habían instalado en el quirófano.
Convencido de haber sido amado hasta sus últimos días, incluso cuando Brenda le confesó que tenía novio y pensaba casarse, Henry Miller se fue despidiendo de todos a los 89. Murió de insuficiencia cardíaca el 7 de junio de 1980, luego de escribir en carta a sus amigos, entre ellos Lawrence Durrell y Robert Perlés: “Estoy dejando definitivamente el planeta”.


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De PERFIL, 15/08/2015

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