Saturday, June 11, 2016

sobredosis de letras

PABLO CEREZAL

De nuevo atrapado en la prosa despiadada y robusta de Henry Miller. Otra vez asomado al abismo electrizante de su torrente léxico y sensorial. 
En cada una de las ocasiones que el tiempo me permite gozar de su transcurso y tomo entre las manos alguno, el que sea, de los libros de Miller que enriquecen mi modesta biblioteca, me veo impelido a desahuciarme definitivamente del mundo, quedarme a vivir entre sus páginas. 

Proclamó el amado autor, asomado ya al abismo de la muerte, funambulista aún de la cuerda floja que es la vida, que deberíamos leer menos y menos cada vez, que tendríamos que desterrar definitivamente la idea de que el acúmulo excesivo de obras consumidas por nuestros miopes ojos conseguirá hacernos más sabios. Él, al final de su vida, asumió que ésta no es más que sensación y frenesí efímeros. Huyó de la sobredosis de letras que, durante tanto tiempo, había rondado sus días con la premonición del desastre.
Pasamos por la vida pretendiendo a cada paso acumular conocimientos, amistades, amores, capitales, objetos, recuerdos, fotografías, lecturas... Nos equivocamos. Lo más que podemos almacenar es, por ejemplo, líquido en la vejiga (doy fin en este preciso instante a la tercera cerveza). Y el imperativo biológico obliga a expulsarlo de nuevo. Me pregunto que quedó, de la cerveza, en mi interior. Un médico me diría que sólo nocivos protozoos, o cosas, que se empeñarán en malbaratar el funcionamiento de mi organismo. Ya veo: acumular para sólo guardar lo dañino. Igual en la literatura, sí, cuando sólo la abordamos con la pretensión de reunir conocimientos, si nos olvidamos de disfrutar, sin pretensiones y con plenitud, el momento de la lectura.
A medida que los años van horadando mi rostro y difuminando mi cabello, comprendo con mayor claridad que la vida es otra cosa, distinta siempre de lo que nos han querido vender. Quizás sea por ello que Miller, habiéndolo entendido, consiguió transmutar en genio de las letras: porque fue un genio de la vida, de ella hizo su mayor obra, y con su reflejo esculpió cada una de las páginas que debía escribir sólo por sacarse de encima la dolorosa sensación de estar muriendo antes de tiempo.

Cada día leo menos y releo más, es cierto. No lo hago por sabiduría "milleriana", no. Lo hago porque envejezco, y prefiero invertir las horas de lectura que me resten en el goce seguro de lo ya conocido. El tictac del reloj, permítanme decirlo, no nos hace más sabios, sólo quizá más perezosos y, por supuesto, más viejos. 

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De POSTALES DESDE EL HAFA (blog del autor), 05/12/2011

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