Tuesday, August 30, 2016

CANTA LOU REED EN LA ÚLTIMA NOCHE CON VISTAS A LA CALLE FERIA

EMILIO LOSADA

Oh Lou, where have you gone?
Peter Gabriel


julio de 2013, hora crepuscular azul, última noche con vistas a la calle Feria. cantaba Lou susurrante, místico pero nada enigmático. bebías vino blanco mientras la esperabas. era el ático de una casa de 1928 de tres pisos donde experimentaste decenas de veces estados muy próximos a eso que algunos pánfilos llaman felicidad. quizá aquella desdentada fachada de obra vista creía que lo había visto todo, y ciertamente mucho vio: una república y cinco jornadas de guerra emparedadas entre dos dictaduras, una transición sin crisálida y, ahora, esta cosa rara. asomado al balcón contemplabas, entre melancólico y ufano, el panorama por última vez, y desde aquella perspectiva privilegiada que aún no extrañas pronto se advino el desfile de almas en pena. (1) nuevas enemistades cruzaban la acera en dirección a la Alameda de Hércules. las mismas caras, más años, sombras algo más anchas. has encajado como buenamente has podido las sucesivas muestras de ignominia. ya no te afectan las figuraciones, los plúmbeos ecos de sus reproches, hasta te enternece esa necesidad endémica que tienen de aparentar, sabes cuál es la carencia que delata el pedir a gritos las consumiciones en las tabernas, los titánicos esfuerzos por merecer el beneplácito de la parroquia. tú te quedas con ser raro. definitivamente. un raro impopular, libre, nada manso. ya no te molestas en guardarles rencor. te conoces, en otra época habrías escrito algo así: […] no olvido cómo negaron al hermano/ fue prescindible mientras duró, / y quizá duró demasiado. ahora sólo quieres la paz: quien esté libre de estulticia que tire la primera cuita. por muy contradictorio que parezca, en esta ciudad mariana no abundan los santos. (2) pequeña cíngara rumana, mártir sin vocación del sindicato del metal y de la vida. tan cría y ya ajada. aplicadamente descuartizó una nevera en dos minutos, introdujo todos aquellos miembros tumefactos en su carro tuneado, tiró de él evitando mirarse en el reflejo del escaparate de la frutería, dejó atrás el cajero que por un tiempo más siguió escupiendo tu dinero y la perdiste de vista cuando dobló hacia Relator. adiós, muñeca, susurraste sobreactuado. no estás rota, simplemente eres de trapo. es el azar. sólo el azar. (y 3) viejo mendigo autóctono, emérito del sindicato de lo orgánico. lo conoces, no sale del barrio. a veces le sufragas el vicio. jura que habla con ángeles. por supuesto, le crees. hace unos años le dio por decir que era inventor y que estaba trabajando en un saco de dormir los malos sueños. con los beneficios obtenidos acabaría con el hambre en África. siempre había alguien que le decía que en otros muchos sitios se pasa hambre, pero él aseguraba que en ningún sitio como en África. se ve que el proyecto no acabó de cuajar y sigue sin tener nada de nada. aquella noche, sin embargo, hubo suerte: la frutera fue maja y dejó unas manzanas medio podridas sobre el contenedor. pero antes de que el viejo finalizase el escrutinio llegaron los basureros. el conductor hizo rugir el claxon para apremiarlo. el más joven y posiblemente el más imbécil, el meritorio, se mofó de su Parkinson a sus espaldas. los otros dos le rebuznaron la gracia. el viejo antes de largarse les sonrió cándidamente. no se perdería nada si el cerebro de aquellos mentecatos acabara también triturado por las fauces de la bestia. el viejo se fue haciendo pequeño en la distancia y tú te preguntaste si alguna vez se le pasó por la cabeza algo parecido a aquello que escribió el enorme Fonollosa: No me podréis parar cuando comience / a emprender el camino hacia el primer puesto. te aterra pensar que un día hiciste tuyos esos versos y que quizá ahora simplemente estés demorando el momento de la irremisible caída. en breve no te quedará otra que comprobarlo. la noche se consolidaba. Lou seguía cantando las delicias de Ámsterdam y de sus canales, del Van Gogh Museum. no podías imaginar que en apenas unos meses todo aquello que contemplabas desde tu torre formaría parte de una suerte de oda póstuma. (ayer fue domingo precisamente y hoy recibes condolencias de antiguas novias y de amigos que aún te quieren bien. quizá por una vez hoy tenías que haberte vestido de blanco para dar la nota). no eres especialmente nostálgico, ya no, quizá sólo un poco, pero ahora recuerdas con especial emoción aquellas notas de xilófono que lo iniciaron todo en casa de Ramón, los viajes a Madrid para ver al maestro en cuero y hueso, la mañana que escuchaste «Romeo had Juliette» sobrevolando Brooklyn, el tren que cogiste en soledad para comprobar que Coney Island existía aquella lluviosa mañana de otoño en la que casi fuerzas tu detención. porque no querías volver a casa. nunca quieres volver a casa. llenaste la copa y entraste en el dormitorio para estar más cerca del bardo. te tumbaste bajo las lentas aspas del ventilador que apuraba su último hálito en aquel techo a prueba de gigantes, pensaste en las mujeres que subieron aquellos gastados peldaños, en las novelas atravesadas, en los poemas inconclusos, en las canciones, en las risas de los compinches en los trasnoches, en las rupturas y en las adhesiones. te incorporaste y bebiste, miraste el reloj y te volviste a asomar al balcón. justo ella se aproximaba: la mujer atlántica. te excitó pensar que en breve releerías su libro. dejaste caer las llaves, esquivaste de nuevo las columnas de cajas, abriste la puerta y en el rellano te dijiste: todo va bien, chico, ¿acaso no se trataba de esto? lo hiciste, forzaste el despido antes de que te largaran de mala manera y ahora te adelantas al desahucio. estás en bancarrota, pero seguirás luchando, persistiendo en la escritura entre sueños conscientes, urdirás tu venganza mientras duerme el enemigo, no te detendrás, seguirás en el camino. siempre sigues en el camino. justo cuando ella entró sonó el pitido. la dorada, que estaba lista. el vino era bueno, ella un portento de mujer. una vez más te sentiste sobrevivido. E.L., 2013

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Del blog del autor, 29/08/2016

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