Thursday, February 2, 2017

Los judíos de Putin

PATRICIA ALONSO

Cuando pienso en los conceptos ruso y religioso instintivamente veo la catedral de San Basilio de Moscú, patriarcas ortodoxos y decoraciones ostentosas. Pero se trata solamente de una imagen preconcebida. De mayoría ortodoxa, Rusia tiene cerca de 15 millones de musulmanes repartidos principalmente en las zonas del sur, un hecho (tristemente) conocido a causa de la guerra de Chechenia. Pero además, Rusia es el sexto país con mayor cantidad de judíos. Un dato que mucha gente desconoce es que la historia de ambos pueblos ha estado ligada desde siglos atrás.

Mi última estancia en la capital rusa coincidió con la inauguración del nuevo Museo Judío y Centro de Tolerancia, dicen algunos que el más grande de Europa, aunque tengo mis dudas. Juraría que el museo de Berlín es, al menos, el doble. Pero ya se sabe que los rusos siguen la teoría del “yo más”. Y si no entrad en la primera sala del museo: un cine en 4D –que alguien me explique cuál es esa cuarta dimensión– en el que llueve, las butacas vibran y se mueven al ritmo de la historia, y unas finas cuerdas te rozan las piernas –a modo langostas– mientras el narrador cuenta la historia de las diez plagas de Egipto.

Una inversión que ronda los 50 millones de dólares y que algunos medios como The New York Times ven como un mensaje de Rusia al pueblo judío: We like you. Así titulaba la periodista del diario estadounidense, Ellen Barry, su reportaje sobre la inauguración.

Me atrevería a decir, sobre todo teniendo en cuenta los últimos acontecimientos, que más que un mensaje de Rusia al pueblo judío se trata de un mensaje del presidente Putin a Israel y, ya que estamos, a Estados Unidos. We like youwe need you, y en el medio nos congraciamos con todos, al menos de cara a la galería.

El rabino Yaakov Klein, que colabora estrechamente con Berel Lazar, rabino jefe de Rusia, y trabaja activamente en  la Federación de la Comunidad Judía –entre muchas otras cosas–, ríe cuando le hago tal sugerencia. “Te diré la verdad”, me dice.

He de confesar que por un momento su sonrisa tímida, como de quien esconde un secreto, me dio falsas esperanzas de hacerme con un gran titular. “El Gobierno está involucrado, pero no es un proyecto del Gobierno. Es un proyecto privado de la Federación de la Comunidad Judía hecho en gran parte con donaciones privadas”. Putin puso parte de la pasta, cierto, pero Yaakov me asegura que ellos tienen el control.

Eso sí, “el Ministerio de Educación está también involucrado. Todos los chicos desde cuarto hasta séptimo grado vendrán al museo”. Para Yaakov y su comunidad esto significa que si en una clase de 30 niños hay uno que al menos sea judío, “tendrá un sentimiento de orgullo y de pertenencia”.

Los judíos llegaron a lo que era la antigua Unión Soviética en el siglo VII, y se asentaron principalmente en lo que hoy es Polonia y Ucrania. De hecho, el presidente israelí, Shimon Peres, nació en la actual Bielorrusia.

La población judía de esas zonas creció tras ser expulsados en masa de los países europeos –España entre otros– y se desplazó a territorio ruso tras la primera partición de Polonia en 1772. Los polacos acusaron a los judíos de ser la causa de su división, ya que en los últimos años la población judía había crecido hasta el 20% y controlaba el 75% de las exportaciones.

Pero lo que hasta entonces se había convertido en un refugio, durante los siglos XIX y XX se convirtió una vez más en una pesadilla. La Enciclopedia Judía asegura que el primer pogromo –linchamiento multitudinario– contra los judíos tuvo lugar en 1859 en Odesa.

El término pogromo viene del ruso pogrom, que significa “ataque o disturbio”, y se hizo común en la Rusia zarista de 1881 –aunque hubo asesinatos con anterioridad–.

Tras su expulsión de Polonia, los judíos se mudaron a territorio ruso, pero vivían aparte, según su propia organización política (el Kahal) y bajo la ideología y moral que marca el Talmud. Esto hizo que en 1844, el zar Nicolás I iniciase un programa de reformas para integrarlos en la sociedad rusa. Entre estas medidas, se ilegalizó el Kahal, lo que levantó indignación entre el pueblo judío.

En 1881, varios judíos fueron acusados del asesinato, en San Petersburgo, del zar Alejandro II, lo que desató una ola de pogromos entre 1881 y 1917 por parte de la población cristiana. Se dice que el gobierno y la policía zarista estaban detrás de las instigaciones, pero John Doyle, profesor de Estudios hebreos y judíos de la University College of London, niega en su publicación Rusos y judíos en los pogromos de 1881-2, que “los funcionarios rusos fueran responsables de instigar, permitir o autorizar los pogromos”.

Se estima que durante la Revolución de 1917 fueron asesinados casi 200 mil judíos, a pesar de que en principio no había una política antisemita por parte de los bolcheviques. La revista The Occidental Observer, en una serie de artículos-ensayos sobre este tema,  afirma que “el 80% de los actuales judíos de Occidente son descendientes de judíos que abandonaron Rusia y sus alrededores entre 1880 y 1910”.

Lo cierto es que la historia de Rusia con los judíos ha estado siempre entre dos aguas. El escritor y periodista de origen polaco K. S. Karol escribía en su artículo ‘Rusia y el antisemitismo’, publicado en El País en febrero de 2005, que dos hijos de Stalin se casaron con judíos. Sin embargo, el periodista asegura que el dirigente se encontraba molesto por las muestras de simpatía de un gran número de judíos rusos por Israel más que “por su patria”.

Los judíos eran tenidos en alta estima por Lenin, pero no así por Stalin, que sospechaba de sus alianzas con los judíos de Estados Unidos, entre otros desafectos. A pesar de ello, durante años muchos judíos mantuvieron puestos de relevancia en la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

La aparentemente imposible amistad con los nazis se hizo realidad por un tiempo bajo el Pacto de Ribbentrop–Molotov de agosto de 1939, mediante el que Stalin y Hitler se repartieron Europa, empezando por Polonia. Artur Domoslawski, colega de Ryszard Kapuscinski y autor de su polémica biografía (Kapuscinski non-fiction), me cuenta que para que se firmara el pacto, Hitler pidió a Stalin que destituyera al entonces ministro de Asuntos Exteriores, Litvinov, que era judío, tras lo cual se nombró a Molotov. Domoslawski asegura que el mismo Stalin era antisemita y que a veces usaba un antisemitismo “funcional” en sus políticas.

El pacto establecía que se trataba de una “zona de influencia” a repartir según los intereses mutuos. El 1 de septiembre la Alemania nazi entraba en territorio polaco, y unos días después lo hacían las tropas soviéticas, cada uno con intención de anexionar su “reparto” a sus fronteras. La invasión desencadenó la Segunda Guerra Mundial.

Las relaciones entre los dos líderes quedan recogidas en el libro de Timothy Snyder Tierras de Sangre. Europa entre Hitler y Stalin, publicado recientemente, y en el que narra los horrores a los que fue sometida la población de Europa del este por los dos mandatarios. Según Snyder, 14 millones de personas murieron entre fusilados y muertos por inanición entre 1933 y 1945, sin contar los caídos en combate.

La situación de los judíos era muy distinta según se encontrasen en suelo soviético o alemán. “Bajo los soviéticos no hubo guetos, no hubo cinturones con las estrellas de David en los brazos (los judíos que vivían bajo ocupación alemana estaban obligados a portar siempre esos distintivos). Durante la ocupación de la parte del este de Polonia, los soviéticos deportaron parte de la población judía al interior de la Unión Soviética, algunos fueron llevados a Gulag a trabajar como esclavos, pero las condiciones de deportación eran iguales para los polacos”, dice Domoslawski.

Hitler no pudo dejar a un lado sus planes iniciales, recogidos en Mein Kampf, de luchar contra los soviéticos. La frágil alianza se rompió con la invasión nazi de la URSS el 22 de junio de 1941, y Stalin centró sus esfuerzos en incrementar el apoyo de Occidente a la Unión Soviética y contra los nazis. Entre otras cosas, creó un Comité Judío Anti-Fascista, que servía para hacerle un lavado de cara. El Comité aseguraba en distintas conferencias en el extranjero que no existía antisemitismo en la Unión Soviética, con el fin de conseguir el apoyo para luchar contra la Alemania de Hitler.

Sin embargo, al finalizar la guerra, se desató una ola de odio hacia los judíos que llevó a varios miembros del Comité a la cárcel, e incluso terminó con la ejecución de muchos de ellos. En parte, porque al terminar la guerra el Comité inició una documentación del Holocausto que no fue vista con buenos ojos por Stalin, quien prefería ignorar el genocidio. Se les acusó de espionaje y de alineación con Estados Unidos, y los medios de comunicación colaboraron en la campaña. Después de cuatro años bajo arresto, en 1952 trece miembros fueron ejecutados en lo que se conocería como La noche de los poetas asesinados.

A principios de 1953, Stalin acusaba a varios médicos, la mayor parte de ellos judíos, de intentar asesinar a varios líderes políticos soviéticos. Tras su muerte unos meses después, representantes del partido aseguraron que se trataba de un pretexto del dirigente para otra nueva purga antisemita.

El rabino Klein me confirma que la situación de hace 40 años no era precisamente idílica. Yaakov, que ronda la treintena, nació en Nueva York, pero su familia materna es de origen ruso. “Mi madre nació en Moscú”, me cuenta. “Mis abuelos se casaron en Marina Roscha [sinagoga moscovita]. Cuando se casaron, no tenían permiso para celebrar una boda judía en público, por lo que tenían que inventar una razón para unirse todos. Solo hubo un par de personas en su boda. Cuando, hace 6 años, mi mujer y yo decidimos volver a Moscú, mi madre no estaba muy emocionada con la idea, porque los recuerdos que ella tenía, a pesar de haberse ido muy pequeña de aquí, de crecer aquí y de lo que estaba pasando aquí, no eran los mejores. Pero desde que nos mudamos, ella ha venido a visitarnos un par de veces y está muy tranquila viendo que tenemos este maravilloso centro judío, y que incluso hay señales en la calle que indican dónde está”.

Yaakov asegura que en estos seis años sólo en dos ocasiones lo han insultado con comentarios antisemitas en la calle. “Yo vivo a 20 minutos andando del centro. Los sábados camino a la sinagoga, no conducimos. Cuando vas por la calle hay muchos más comentarios positivos –diciéndote Shalom o saludándote–, que comentarios negativos. Sí creo que aún está el concepto de antisemitismo, pero definitivamente comparado con otros lugares de Europa, o teniendo en cuenta lo que imaginabas que sería, creo que hay un cambio realmente asombroso”. Le comento que quizás es por el barrio en el que se mueve, pues es común entre los judíos la tendencia a vivir en guetos. Pero lo niega.

Actualmente, cerca de medio millón de judíos viven en Moscú. No es quizá una cifra significativa si se tiene en cuenta que la población de la capital supera los once millones de habitantes, pero se estima que cada vez más judíos rusos están volviendo a los territorios que abandonaron durante los tiempos en los que la libertad religiosa era prácticamente nula.

Lo cierto es que los judíos tienen cada vez un papel más importante en la actualidad política rusa y se están convirtiendo en tema favorito del presidente. Hasta para justificar el encarcelamiento de las Pussy Riot.

Durante la última visita de Angela Merkel a Moscú, la Agencia Efe recogía los reproches de la canciller alemana a su homólogo por la detención de las jóvenes. “No sé si eso habría pasado en Alemania”, le espetó. Putin aseguró entonces que las activistas no estaban en la cárcel sólo por el altercado en la iglesia, sino que las acusó también de posturas antisemitas por, según el propio presidente, coger un muñeco de un judío y decir que “había que librar a Moscú de esa gente”.

En septiembre, durante la Marcha de los Millones del día 15, escribí un reportaje precisamente sobre grupos de activistas político-culturales como el de las Pussy Riot. En ningún momento surgió el tema del antisemitismo, así que le pregunté a Yaakov. Al fin y al cabo, la comunidad judía debería de estar al tanto de tal aberración. “Leí el mismo artículo que tú”, me dice, “y oí algún comentario en la comunidad sobre eso. La gente dice que fue una vía de escape porque no tenía nada que contestar al tema de las chicas. Yo no estaba allí, hay gente que estuvo que dijo que había muñecos de diferentes orígenes, no sólo judíos, pero yo no sabía nada hasta que leí el artículo”. Lo curioso es que pocos medios se hicieron eco de tal acusación, a pesar de que sólo una semana antes el presidente israelí había estado en Moscú con motivo de la inauguración del nuevo museo.

Días después, el Kremlin dejaba clara su intención de votar a favor de Palestina como Estado observador de la ONU y, en efecto, así lo hizo el 29 de noviembre pasado. El presidente ruso incluso aboga por un Estado palestino independiente, según un mensaje que envió al líder de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, y se muestra crítico con los planes de Israel de construir más viviendas en los territorios ocupados.

¿Dónde quedan ahora todas las palabras bonitas que el gobierno ruso y Peres se dedicaban durante la inauguración del museo judío hace poco más de un mes? “Gracias por años de hospitalidad”, decía el israelí. ¿Cuáles son realmente los intereses del Gobierno? ¿Israel y Palestina? ¿O Estados Unidos y Siria?

La relaciones entre Rusia e Israel han estado siempre muy condicionadas por sus aliados estratégicos, que en numerosas ocasiones los han acercado para después alejarlos de nuevo. Si bien Israel se muestra contrario al apoyo por parte del gobierno de Putin a Irán, así como por el reconocimiento que éste hace de Hamás y la financiación de Hezbolá, en estos momentos tienen un objetivo común: que los sunitas más radicales no se hagan con el poder en Siria. Las causas que tiene cada Estado son distintas, pero el fin es el mismo: que el fundamentalismo no se siga extendiendo.

Israel teme que el fin de Siria sea el mismo que el de Irak, Afganistán, Túnez, Egipto, y otras regiones donde los fundamentalistas islámicos han tomado el control. De ahí también el enfriamiento de sus relaciones con su eterno aliado, Estados Unidos, y la nueva tolerancia hacia los rusos.

Además, qué decir que esta nueva alianza o cuasi-alianza, tiene otros beneficios. Uno de ellos, es energético, por supuesto, ya que los gasoductos de Rusia hasta Turquía pasan por Israel, y otro es el apoyo mutuo en la región (al menos en algunos temas). Un ejemplo es la guerra de Georgia contra Rusia en 2008. Israel armó a Georgia, y esta nueva alianza supone el debilitamiento militar del país. A cambio, Rusia dejaría de ofrecer armamento de alto nivel tecnológico a Irán, lo que no significa un cese en su apoyo.

Estos últimos meses han estado llenos de altibajos en las relaciones exteriores del gobierno de Putin. ¿Qué postura adoptan en todo esto los judíos rusos? ¿Es Rusia su nación o le está pasando a Putin lo mismo que a Stalin y los judíos nacionales son en realidad devotos a Israel? Como era de esperar, Yaakov suelta una carcajada y baja la mirada. No me va a contestar a eso: “Prefiero no comentar sobre este problema porque no nos afecta de forma directa”. Me encantaría que se mojase, pero lo entiendo. Yaakov no es un judío anónimo, forma parte de la Federación, es más, es rabino, y sus ideas ­–sean las que sean– no tienen por qué coincidir con las de su comunidad. “Sé que hubo [el 25 de noviembre] una manifestación solidaria entre la comunidad judía de Moscú en apoyo a Israel, pero prefiero no decir nada más”.

Con el recrudecimiento del conflicto a finales del pasado mes de noviembre, Berel Lazar, primer rabino de Rusia, llamó a los judíos de Moscú a unirse a una oración por la paz. “Lo más importante para nosotros en el mundo es la vida humana, sin importar su origen, su color de piel o sus creencias”, publicaba en la web de la Federación de la Comunidad Judía. “Pero ninguna nación o estado puede dejar a sus ciudadanos sin protección”, apostillaba. Yaakov quizás no podía hablar por la comunidad, pero Lazar lo hizo.

Hasta ahora, en lo referente a los últimos estertores del conflicto entre Israel y Palestina, Putin está dando una de cal y otra de arena. ¿Cuáles serán sus siguientes movimientos? ¿Perderá Vladimir a sus judíos definitivamente? Lo que está claro es que las áreas de interés de Rusia e Israel están conectadas, aunque sus intereses son muchas veces difíciles de compaginar. Lo que pase en Siria, el programa nuclear de Irán, y el conflicto entre Israel y Palestina –sobre todo a tenor del reconocimiento por parte de la ONU–, tendrán mucho que decir.




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De FRONTERAD, 24/01/2013

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