Thursday, May 4, 2017

"Las Pirañas", el "regreso" de Miguel Sánchez-Ostiz

JULIO JOSÉ ORDOVÁS

Publicada en 1986, «La negra provincia de Flaubert» fue la primera entrega de los diarios de Miguel Sánchez-Ostiz (Pamplona, 1950). Leído hoy, aquel libro parece un boceto de «Las Pirañas». En sus páginas están ya expuestas las claves literarias, biográficas y sociopolíticas que sustentan la novela de las «sardinas bravas» con la que el escritor se desmarcó de sus primeras novelas. Pese a su negrura, en «La negra provincia de Flaubert» hay lugar para el lirismo, el sentimentalismo, el esnobismo e incluso el optimismo.

Creía entonces Sánchez-Ostiz que Thomas Bernhard exageraba cuando decía que la ciudad era una enfermedad mortal. Para él Pamplona, su ciudad, había sido a veces una amenaza, pero en aquellos años todavía le parecía un refugio, un lugar más habitable que cualquier otro. Poco tardó Sánchez-Ostiz en comprender que el arte de la novela es, precisamente, el arte de la exageración. Cuando dio voz a sus demonios y se puso a sí mismo en la picota para escribir «Las Pirañas» en la ciudad de provincias ya no había espacio para la ensoñación romántica ni para la melancolía por los restos del paraíso perdido de la niñez. La capital del Viejo Reyno se había trasformado, como la Salzgurgo de Bernhard o el Berlín de Alfred Döblin, en una enfermedad mortal.

El nacimiento de una editorial siempre hay que celebrarlo, y más cuando se estrena, como ha hecho Limbo Errante, reeditando, en edición revisada y corregida por el autor, una novela de la envergadura y tonelaje de «Las Pirañas». Veinticinco años después, «Las Pirañas» sigue siendo una novela a contracorriente, desmedida, a ratos opresiva y a ratos liberadora, una andada demencial por las venas de una ciudad que no ha salido de sus inmemoriales murallas, tras los pasos o, más bien, tras los tropiezos de un abogado (contrafigura deformada del autor, quien ejerció la abogacía durante años) que es un despojo de sí mismo y que si se mantiene en pie es gracias al consumo frenético de cocaína. Sánchez-Ostiz sometió el lenguaje a una extraordinaria tensión y ahí radica, sin duda, la fuerza de «»Las Pirañas, donde la combinación de la lengua sucia de la calle, de la jerigonza leguleya y de la prosa circunspecta de los documentos oficiales, entre otros registros brillantemente subvertidos, da como resultado un torbellino que enfatiza todo lo que la novela tiene de mascarada grotesca y dramática.

Carraca de tinieblas
Nadie en España ha leído más a fondo a Céline que Sánchez-Ostiz y el ritmo furioso de «Las Pirañas» es la mejor prueba de ello. Pero esta novela, que es una carraca de tinieblas, también le debe mucho a las vidas exageradas de la picaresca, a los disparates rabelesianos, a los zarpazos de Valle-Inclán, al organillo machacón de Bernhard, a las melopeas tenebrosas de Cela y a las invectivas de Juan Goytisolo, por no hablar del cine de Orson Welles, de Marcel Carné y de Fellini, o de la pintura de Solana.

Rafael Chirbes, que seguía con admiración la obra de Sánchez-Ostiz, decía que ningún otro escritor español se parecía tanto como él a François Villon, el poeta que se burló de todo y de todos, y que lo que encontramos en sus novelas es el barroco español más negro. Como Chirbes, Sánchez-Ostiz se ha mantenido fuera de los círculos del poder literario y político y, desde su rincón, con una independencia de juicio que no le ha salido gratis, ha removido y radiografiado las entrañas de este país en el que pirañas de todo tipo y condición han causado estragos irreparables.


__
De ABC CULTURAL, 29/04/2017

Imagen: «Las Pirañas». Miguel Sánchez-Ostiz
Narrativa. Limbo Errante, 2017. 513 páginas.


Miguel Sánchez-Ostiz/Clemente Bernard

No comments:

Post a Comment