Friday, June 2, 2017

La esperanza

ROBERTO BURGOS CANTOR

Después de años en que el ejercicio de maestría generó el culto a la fidelidad por los filmes de Jim Jarmusch, ha logrado sorprendernos, más allá de lo esperado, con su reciente película, Paterson.
Ocurre con los directores de cine y escritores de compañía, que se les sigue bajo el impulso de un primer esplendor. La lealtad no nace de que se espere la repetición de un milagro estético, traer y dar la forma. Aquel encanto de la primera vez o rechazo. Quien repite una verdad dice una mentira. Más bien, se espera con confianza esperanzada, ver con qué sale ahora. A dónde llevará la ambición renovadora. El fastidio al temprano agotamiento.

Siempre se quiere más. ¿Por qué conformarse con El llano en llamas y Pedro Páramo, de Rulfo. O aquellas, Pierrot el loco y Alfaville, de Godard. O, Los cuatrocientos golpes y Ella Julio y Jaime de Truffaut. O, Barba Roja y Sueños, de Kurosawa. O, No futuro, de Gaviria. O, Visa U S A, de Duque. O, Amarcord, de Fellini. O. Antígona, de Von Trier. O, Amor, de Haneke. O, Morada al sur, de Arturo. O, El cuarto de mi hijo, de Moretti. O el primer Borges y el último Joyce? Y así.

Cada película excelente, cada narración espléndida, mejoran la comunidad de espectadores que al confrontar ese espejo de la vida rescatada de las apariencias nos enfrenta a las verdades desnudas de la vida.

Las conmovedoras cintas de Jarmusch, sus imágenes cuidadosas, mostraron al samurái de hoy, al soldado cuyo heroísmo está en su propia trinchera.

Ahora: Paterson nos convida a vivir la noble dignidad sin ostentación, el poder silencioso, sin estropicios, de la poesía. Y allí el horizonte de un poder interior, una resistencia a los agobios de la carencia, una iluminación que arroja las rutinas y pone a los seres ante la posibilidad de la belleza.


Nadie pensaría que de esas vidas prisioneras de la necesidad pueda surgir un manantial de cambio del mundo sin violencia. Ahora la partera de la historia sale de la escena. Otras fuerzas intervienen. Disponen, ellas, que la antigua sentencia: no solo de pan vive el hombre, apuntan a algo distinto a los tributos a lo sagrado. Es pura humanidad descubierta, arrancada su piel, en el empeño solitario de cada quien rompiendo su prisión.

Con sabia y delicada percepción, sombras chinescas del arte, Jarmusch deja ver la diferencia entre los humanos y los animales. Si bien, el personaje a quien la cámara sigue por más tiempo, es el conductor de un bus urbano, inmerso en el ámbito insatisfecho de empleados perseguidos por la rueda de un destino que impone su mezquindad, le bastan breves momentos para presentar a esa mujer cuya alegría, intuición y deseo de componer canciones, la convierte en inspiración de vida, cómplice más que testigo, llamadora de absolutos.

El precioso homenaje del director consiste en exaltar la permanencia de William Carlos Williams, espíritu de la ciudad.

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De BAÚL DE MAGO (columna del autor en EL UNIVERSAL), 02/06/2017

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