Wednesday, July 19, 2017

Bitácora de un lunes atroz

GABRIEL PRACH

Bitácora de un lunes atroz tirado en la cama con fiebre, y dos cajas de remedios y una botella mineral y una colilla de cigarro en la boca y calor, y...

No es esa la manera, ni menos el fondo. Nunca supiste qué era madurar, vivir a fin de cuentas. Porque madurar no es salir a trotar por los jardines y la playa de Santo Domingo, dejándose de payasadas con los cabros de la pobla: Tampoco comprarse un autito de esos coreanos que enceras y pules todos los fines de semana para sacar a pasear a la hija del supervisor de turno, que es más fome que chupar un clavo; desabrida la flaca que milita en RN, donde ahora tú también militas porque “está bien” ser de allí. Madurar tampoco es asistir todos los domingos a misa con la camisita impecablemente planchada y las gafas Bollé, para ocultar las ojeras de la borrasca que te pegaste la noche anterior con los compañeros de trabajo en la picá de Lo abarca. Madurar no es comprarse un raquet de tenis de esos de los buenos y dejarlo en el living por si viene alguien y contarles del partido ficticio que jugaste el domingo pasado, porque hace siglos que no vas y ya ni idea tienes de los precios de arriendo de las canchas. Crecer no significa ir al casino y gastarte esas doscientas lucas que no tienes, sólo por llevarle el amén a la hija del jefe que, de aburrida la niña, te invitó a salir. Madurar no era estudiar la carrerita administrativa que te libraría de los fierros en que estábamos todos trabajando y ponerte la ansiada corbata que, a fin de cuentas, sólo te ha estrangulado todos estos años. Ser un hombre “bien” que no fuma, que paga a tiempo sus tarjetas y, que apenas tuvo cuenta corriente, anduvo con el fajo de cheques en una billetera kilométrica, sólo para mostrar que habías progresado al pagar la cuenta del mall de turno. Estar así de bien no era irse al recital del grupo de moda el viernes y el domingo ir a “visitar” a tu mamá con familia incluida sólo porque no te quedaba ni un miserable peso y no tenías ni para comer. Crecer, madurar, estar ahí, no era tomar ese camino ingrato que, cuando las cosas se pusieron feas y te despidieron del trabajo, te viste forzado a meterte a los fierros un tiempo y engrasarte las uñas, llorando de paso un poco por dentro.

Aspirar a ser otro, olvidándote de tus amigos leales sólo porque vivían en población y tú no, gracias a la jubilación de tu papá. No era la manera solidaria de vivir que te recitaban los domingos en misa. Crecer, madurar, no era fingir alegría de reencontrarte con uno de esos pelagatos que nunca surgieron como tú y que invitas a tu casa a almorzar para presumir y de paso, mostrarle la última joyita tecnológica que te compraste a tres cuotas precio contado sin ningún remordimiento por dentro, sabiendo que si lo dejas hablar de nuevo te pedirá que lo “muevas” con el jefe a ver si tiene una cabida por ahí, que las cosas han estado tan mal, y tú, que no tienes ni tu pega asegurada, le das falsas esperanzas, que lo llamarás apenas sepas algo. Siempre la misma historia, hasta que te lo topes de nuevo a la salida de algún supermercado o después de estacionar el auto.

Crecer, madurar, no era ese arribismo enfermizo ni la envidia que te amarga el alma día a día. No era la apariencia amigo mío. Nunca lo fue.

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De PLUMAS HISPANOAMERICANAS, 21/02/2015


Imagen: Charles Wilbert White, 1935

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