Wednesday, July 12, 2017

La interpretación social en la literatura: Huasipungo de Jorge Icaza

CHRISTIAN JIMÉNEZ KANAHUATY

Introducción
El presente ensayo tiene la labor de reflexionar sobre la subalternidad y la interpretación de lo social y la política a partir de la novela Huasipungo del escritor ecuatoriano Jorge Icaza. Pensamos que la novela nos abre la posibilidad de pensar el mundo campesino desde un lugar dinámico sometido a contradicciones y conflictos.

¿De qué hablamos cuando hablamos de Huasipungo?
Huasipungo es la novela social por excelencia en el Ecuador y Jorge Icaza el autor más notorio a nivel internacional. Esta novela ha sido capaz de congregar decenas de voces y tiempos narrativos en una sola novela con la finalidad de dar sentido a la interpretación de la realidad rural del Ecuador. Esta novela rompe cualquier posibilidad de encasillamiento. No es tan solo una novela indigenista, ni una novela sobre la modernidad ni referida a la expansión capitalista en las comunidades rurales, ni es una novela que narra el maltrato y la colonialidad tanto racial como de género. Lo cierto es que cada una de estas posibilidades está dentro de la continuidad de la novela. Huasipungo es, entonces, un microcosmos donde se congregan varias historias, cada una de ellas tan importante como la otra. 

Leyendo a Huasipungo desde la diversidad del pensamiento social
Agustín Cueva, es de los sociólogos más importantes del Ecuador sino que sus ideas aún generaran debate porque proponen un nuevo conocimiento sobre los países de la región andina desde una apropiación sofisticada de las herramientas del marxismo; sus exploraciones intelectuales tuvieron una trayectoria importante: del ensayo sobre literatura a los procesos de dependencia y mercantilización de la fuerza de trabajo en América Latina, pasando por análisis complejos de las estructuras de poder y organización heterogénea de la sociedad. De este modo, Cueva encontró un registro múltiple para entender la sociedad, que empieza con el análisis de su literatura para luego, con el materialismo histórico, emprender el conocimiento de las contradicciones de clase, raciales y geográficas con las cuales se establece el poder y las estructuras de dominación.

Así, lo que podemos entender desde la perspectiva de Cueva es que hay una mirada doble: una que puede entender la realidad ecuatoriana desde lo histórico para comprender lo político o, desde lo literario para entender lo social y lo histórico. Y es por ello que el tema del gamonalismo, en el caso de Huasipungo, se hace tan necesario.  Como se ha llegado a reconocer a partir de los textos de Andrés Guerrero (2010), el gamonalismo es el sistema que estableció no sólo una figura de dominación en la hacienda, sino también un control sobre la población campesina.  

Esto quiere decir que se hizo más complejo el sistema por el cual se obligaba a los hombres del campo a dar su fuerza de trabajo por remuneraciones minúsculas. El gamonal se enriquecía a través del trabajo del campesino. Esta es la figura sobre la cual se ha construido el sistema de las haciendas en el Ecuador y en otros países de la región andina.

Entonces hay que tener en cuenta que al campesino se lo domesticó a partir de su deshumanización. Se le restaron derechos porque se partía en los primeros años de la república, de la idea de que el indio era un hombre en progreso; un niño, que debía ser corregido y guiado por un adulto. Y esto para Cueva (1992) hace referencia a la posibilidad de entender este proceso de dominación en Huasipungo como la manera en que el Estado empieza a formarse como institución a través de la hacienda.

En otro lugar el  mismo Cueva (2008) dirá que: “la literatura fue producto de la clase dominadora, a cuyos designios y necesidades fielmente sirvió” (Cueva 2008: p. 49). Sin embargo, en el caso de Icaza la literatura, nos permite más bien, desmontar una serie de sistemas hegemónicos con los cuales funcionó el Estado. Cueva, por medio del marxismo, como herramienta interpretativa descubre una serie de mensajes en esta novela y por ello afirma:

Huasipungo no es una novela al uso sino un poema, desmesuradamente poemático, pues el dolor de los hombres rebasa los límites de la palabra para convertirse en grito y miedo de gritar para no seguir viviendo en el grito (Cueva 1992: p. 84)

De este grito hablaremos hacia el final del siguiente párrafo. Pero lo importante es ver ese espacio micro social donde los efectos sociales de la modernización tuvieron sentido y organización.

Se trata, entonces, de entender cómo, dentro de una formación social determinada, como la ecuatoriana a decir de René Zavaleta Mercado (1986), existieron diversos modos de producción en un mismo tiempo, es decir, que el tiempo histórico no es lineal y tampoco es homogéneo, sino heterogéneo y lleno de rupturas complejizadas por periodos de crisis; donde uno de esos tiempos es el representado hacia el final de la novela por los pobladores que se levantan al grito de “¡Ñucanchic huasipungo!”. Este grito es la revelación de esos dos mundos: del mundo letrado y del mundo indio. Del mundo capitalista y del mundo comunitario y sobre todo, ese grito organiza la rebelión futura porque genera una nueva constatación: los dos mundos conviven, y las rupturas que se dan a nivel político con la independencia, no se rompen a nivel social, porque el colonialismo pervive.

La heterogeneidad estructural, diversidad de  identidades culturales y de etnias, que se ven reflejadas, son cristalizadas sobre todo, en los momentos de conflicto. El momento de conflicto es donde la sociedad revela la multiplicidad de sociedades que la integran. El grito de “¡Ñucanchic  huasipungo!” en Huasipungo, sirve para romper una linealidad histórica y para subvertir el orden y establecer la visión de un “programa” político rebelde; es decir, la presencia, la movilización del campesinado y la toma de la hacienda. En otras palabras: es la presencia del visitante profundo en la sierra y en el horizonte de la nación que lucha por liberarse de la opresión gamonal.

La hacienda y el momento constitutivo
Es fácil encontrar las relaciones de lo narrado por Icaza con lo que en los países de la región andina  ha sucedido desde mediados de la década de los noventa, pero lo que se narra en Huasipungo en su momento de producción (el contexto histórico en el cual la escritura de la novela tiene lugar) era prácticamente imposible de imaginar: el levantamiento campesino era castigado con la muerte.

Y este sistema estaba refrendado por actividades como el nombramiento de apoderados que se hicieron cargo de los campesinos al considerarlos aún niños en proceso de crecimiento. Limitaba sus derechos e implantó la dinámica de que sus apoderados hablasen por ellos ante las instancias estatales que organizaban tanto la economía como la política y el derecho. Este mecanismo se convertía en un sofisticado ejercicio del poder a partir del uso de los cuerpos ya no como colectividad sino como individuos, donde cada individuo era parte de la hacienda, pero al mismo tiempo en cada  campesino, se establecía la dominación. El cuerpo es el lugar donde la dominación se hace explícita. Esto se hace explícito por ejemplo, en el pasaje donde los campesinos empiezan a morir en el pantano a causa de la presión que recibían para proseguir los trabajos de construcción establecimiento de una carretera que conectará las poblaciones lejanas, con la finalidad de hacer más eficiente la comercialización de determinados productos. 

Ahora bien, quisiera mencionar que Zavaleta (1986: p. 74) construye el concepto de “momento constitutivo” para ejemplificar dos cosas; la primera de ellas es que la historia no es regida por una sola temporalidad y que los modos de producción están yuxtapuestos en distintos territorios, es decir, que se convive entre procesos de acumulación capitalistas con otros, precapitalistas. Además, no hay que olvidar que la historia de un país y por tanto de sus masas campesinas e indias, es la suma de más de un momento constitutivo. Por la serie de rupturas y continuidades y transformaciones y reconstrucciones tanto de lo estatal como de lo comunitario que tienen su lugar en la historia larga del movimiento campesino y del propio Estado.  

Así la fábrica convive con la hacienda y la agricultura de arado tradicional colinda con la agroindustria de grandes maquinarias. Esto genera que un momento constitutivo sea la fragmentación del tiempo, la ruptura con la linealidad histórica. Es el momento en que la sociedad se revela y se muestra en sus contradicciones y transforma el orden consolidado. Se organiza, entonces, el mundo una vez más y se establecen nuevas relaciones con el Estado y su administración. “Un momento constitutivo es el momento en que se constituye un nuevo horizonte de reconocimiento social” (Zavaleta 1998: p. 126).

Lo último se conecta con otra idea importante en Zavaleta que es: “la crisis como método de conocimiento”, donde establece que el conocimiento surge de un proceso de crisis connotada de la nación. El momento en que la nación se revela tal cual es, sus contradicciones salen a flote. En este sentido, la crisis es un método por el cual se conoce la sociedad y los mecanismos en que la sociedad establece su relación con el Estado y las maneras, en que se constituye a partir de un momento de crisis, un momento constitutivo.

Ese momento constitutivo es el que se revela en la novela de Icaza en tres episodios. Primero, la violación de la esposa de Andrés Chiliquinga; segundo, cuando los azotaron por robar una vaca y, finalmente, cuando los hombres murieron en el pantano. Aquellos otros momentos, marcados por el llanto colectivo y las voces unísonas que conforman también el desprecio hacia el gamonal, son el telón de fondo, que hace de la explotación y la esclavitud, algo real. Entonces la explotación utiliza procesos jurídicos, religiosos y culturales para funcionar. Porque como se recordará, la iglesia es otro de los actores fundamentales de la novela; y la administración estatal y extranjera también están representados por los gringos y por don Andrés Pereira que es quien al final queda suspendido como un espectro cuando escucha los gritos beligerantes de los campesinos que empiezan a levantarse contra sus opresores.

Esto, en sí mismo, puede entenderse como un acto de rebeldía y de transformación social, es decir, un momento constitutivo, que arma y construye un nuevo horizonte político y cultural para los campesinos y las naciones indígenas porque demuestra tres cosas: 1) la organización campesina contra el gamonal. 2) la opresión del gamonal que se sustenta en los procesos extractivistas (explotación de recursos naturales) y 3) la identidad étnica como factor de construcción del “yo común”; es decir, ese yo común o colectivo es lo que hace que los procesos extractivistas, encuentren resistencia. Esa es la forma en que desde la diferencia se puede entablar una querella contra los explotadores. Es hacer política la identidad cultural para convertirlo en el centro del debate sobre el territorio y su posesión. Aquí hay la existencia de un precepto subterráneo que si bien no se explícita en la novela, si está dentro de las consignas políticas de los movimientos campesinos de Bolivia y Ecuador y es el siguiente: Si como indios o huasipungos, los explotaron, como huasipungos se van a levantar para reclamar sus derechos. 

Formación narrativa de los estereotipos
Para Homi Bhabha el estereotipo es “un modo de representación complejo, ambivalente, contradictorio, tan ansioso como afirmativo, y exige no sólo que extendamos nuestros objetivos críticos y políticos sino que cambiemos el objetivo mismo del análisis” (2002: p. 95), no se trata entonces de desatender las contradicciones, sino de afirmarlas. Pero Bhabha, lo que hace es posesionar al estereotipo en un conjunto de procedimientos que escapan por un momento a la lógica del texto escrito mismo, así es capaz de desplegarse hacia los pliegues de la realidad.

Por ello dice que “su estrategia discusiva mayor, es una forma de conocimiento e identificación que vacila entre lo que siempre ´está en su lugar` ya conocido, y algo que debe ser repetido ansiosamente” (Ibid.: p. 91). Lo que es repetido ansiosamente es el estereotipo convertido en la figura que encarna el mal. Así el estereotipo marca el maniqueísmo sobre el cual se construyen los discursos sociales y políticos y es en la literatura, en este caso, en la novela, donde toman cuerpo y son reproducidas. Por otro lado, el estereotipo es algo fijo y por lo tanto instituido y colonizante al interior de las mentes de los sujetos porque son ellos los que se encargan de reproducirlo y transmitirlo.

Bhabha dice:      
Un aparato que gira sobre el reconocimiento y la renegación de las diferencias racial/ cultural/ históricas. Su función estratégica predominante es la creación de un espacio para los “pueblos sujetos” a través de la producción de conocimiento en términos de los cuales se ejercita la vigilancia y se incita a una forma compleja de placer displacer (Ibid.: p. 95)

Así se presta atención entonces al conocimiento y a la diferencia cultural, histórica y racial pero con el fin de limitar espacios. Los espacios se construyen luego de la evidencia empírica de la diferencia en los órdenes ya mencionados. Es sobre éstos aspectos que gravita la novela de Icaza que introducimos en este ensayo. Un estereotipo que funciona como el eje articulador de las identidades y que al mismo tiempo es capaz de estratificar la sociedad gamonal del momento narrado.

La novela narra cierto tipo de nación y eso tiene que ver con la propia formación del Estado ecuatoriano y los derechos sociales (salud, educación, libre expresión, libertad de tránsito, libertad de asociación, etc.) y políticos (derechos para elegir y ser elegido como representante político de una comunidad ante las instituciones estatales, espacios para el disenso, legitimación de los espacios públicos como lugares de deliberación política y construcción de políticas públicas, etc.),  que se han conseguido a lo largo de los años.  

Una breve anotación sobre la novela nos puede ayudar a entender lo anterior. La novela sale publicada en 1934, después de haber ganado un concurso organizado por la Revista Americana. La editorial Losada se hizo cargo de su publicación y difusión, pero durante la década de los treinta lo que se vivía en el Ecuador, era la continuación de aquel colonialismo interno que hemos referido páginas antes; ello se debió a que por un lado, la agroindustria del país era fomentada desde el sector liberal de la política que había empezado a gobernar el país desde inicios de siglo. A esto se sumó el hecho que desde la década del treinta los obreros, comenzaron a organizarse y recibieron el apoyo y la alianza de la clase media y de los intelectuales con el fin de generar una vanguardia revolucionaria que pudiera derrocar el régimen liberal. Este estado de situación generó en el campo mayor explotación hacia los campesinos por parte de los señores gamonales. Huasipungo es el resultado de este momento político. Es una declaración de principios sobre el futuro de la sierra y más que todo, es también la apuesta por una literatura realista, que no sólo pretende entretener, sino denunciar un estado de situación y al ejercer esta declaración, llamar la atención al mundo entero sobre lo que estaba pasando en el Ecuador y las consecuencias de la explotación de la tierra por una élite de poder que sólo pensaba en satisfacer sus intereses.

Además, como hemos visto, un estereotipo es también, el arquetipo por el cual el autor (en este caso Jorge Icaza), complejiza las relaciones entre sus personajes. Pereira, Chiliquinga, la Cunshi, los campesinos, el Cura y Jacinto Quintana (Teniente político) conforman los protagonistas y los antagonistas que arman un campo conflictivo donde se resumen los intereses de la nación: la identidad y su búsqueda y reconocimiento. Y por el otro polo, los intereses concretos de convertir lo tierra y sus recursos naturales en algo que pueda generar riqueza. Por ello la novela es también una tesis política sobre su momento. Es la novela realista que intenta politizar la literatura y logra, así, hacer una sentencia sobre el presente. Es por eso que Huasipungo cobra vitalidad, dinámica y profundidad.

En este sentido, lo que se analiza es la gestación de un estereotipo que constituye un imaginario. Un estereotipo está plagado de carácter, de personalidad, de modos de ver e interpretar el mundo. Y en este sentido, los estereotipos que se enfrentan en la novela de Icaza nos plantean no solamente la lucha por convertir sus deseos en realidad sino como es que sus deseos y valores se involucran con los demás; al estar condicionados por los demás, estallan y generan conflicto. La novela se desarrolla en ese hilo argumental. El conflicto de las identidades, de los estereotipos que se reconocen pero que se aniquilan. Porque están volviéndose cada uno por su lado, en imaginarios, con los cuales se construirá la realidad social, política y cultural del país.

Cuando no ocurre el aniquilamiento, el estereotipo ingresa en un momento de instrumentalización. La fuerza india o la mujer sumisa, forman parte de un imaginario que es capaz de establecer nuevos patrones de conducta. El estereotipo de esa forma aparece como aglutinadora del mundo social y racial. Y es así que en el tiempo, los de la ciudad letrada pretenden hacer uso de los indios porque no los piensan como iguales a ellos, pero como no pueden eliminarlos, los integran a su proyecto y es ahí cuando estos últimos por medio de la explotación, encuentran la muerte.

La colonialidad del género
La Cunshi, mujer de Chiliquinga fue abusada sexualmente por Pereira, pero también en un pasaje cerca a la mitad de la novela, lo fue por el propio Andrés Chiliquinga, quien desconfía de ella, así que la obligó a satisfacer sus deseos.

La hija de Pereira, fue de alguna manera la detonante de la historia que atraviesa la mayor parte de la novela. Ella estaba embarazada de un hombre aparentemente desconocido. La gestación debía ser ocultada a la vista de las amistades de la familia ya que significaría su degradación social. El ostracismo podría llegar por esta vía, debido a que el mundo social del que eran parte no aceptada una hija que fuera de los sacramentos se convirtiera en madre soltera. Así que la solución que se presentó a los ojos de Alfonso Pereira fue marcharse a Cuchitambo, la hacienda donde tuvieron lugar los eventos de la novela.

Y para entender mejor este aspecto y su relación con la contemporaneidad es que lo enmarcamos en las reflexiones que propone María Lugones (2008), al construir el concepto de “colonialidad del género” con el cual se puede hacer evidentes los efectos de la violencia de género en la novela Huasipungo que, al final, son sintomáticas y ejemplares de un momento de expansión del capital y de la dominación masculina sobre la cual se asienta este proceso.

Si bien el tema de la sexualidad en la novela se muestra en su forma menos sofisticada, es decir, dentro del esquema masculino y casi grotesco; lo que establece las relaciones de género, ya no sólo una división sexual del trabajo, sino una división corporal en que las “mujeres colonizadas, no-blancas, fueron subordinadas y desprovistas de poder” (Lugones 2008: p. 78). Como se sabe la división sexual del trabajo estratifica el salario y lo divide haciendo que hombres y mujeres, a pesar de realizar la misma labor, no perciban los mismos beneficios, ocurriendo esto en desmedro de las mujeres. Al mismo tiempo, no se reconoce, aún con total legalidad el trabajo doméstico de las madres o la diversidad de trabajos que realizan las mujeres y que pasan como parte de su rol como mujeres, lo cual naturaliza y normaliza la explotación y la dominación masculina.

Todo lo anterior está presente en la novela, y sólo basta centrar atención en el largo monologo de preguntas que realizó Andrés Chiliquinga cuando su esposa murió. La deshumanización del cuerpo de su esposa no ocurrió únicamente por su muerte, pasó también por la manera en que él la construyó; ella, era la única propiedad que él tenía. Y, al morir no dejó sólo un lecho vacío, sino que heredó un espacio de reproducción en blanco: un limbo que no puede ser llenado, sino con otra muerte. Por ello la subsiguiente rebelión y el abandono de los patrones ante su dolor como hombre que perdió a “su mujer”.

En Huasipungo, entonces se ve ejemplificado aquello de que “para las mujeres, la colonización fue un proceso dual de inferiorización racial y subordinación de género. Uno de los primeros logros del Estado colonial fue la creación de ´mujeres` como categoría” (2008: p. 88), donde, la mujer no es un ser humano, sino un objeto que se posee y se doméstica y que además, está al servicio del hombre.

Por tanto, las normas, leyes y reglamentos instaurados por el Estado a lo largo del tiempo están confeccionadas para delimitar los espacios de ejercicio de los derechos; y esto es claramente lo que sucede en la hacienda cuando los hombres trabajan y las mujeres solamente se quedan en casa a cuidar de los hijos y de los animales. Esta división entre el espacio privado (de la casa) y el espacio público (del trabajo) es la que se rompe en la novela cuando muere la Cunshi y cuando los azotes a Chiliquinga retumban en todo el páramo.

Pero la violencia mayor es sobre el cuerpo de la mujer que es tratada como un animal al cual se somete y se juzga. Andrés Chiliquinga lo hizo también. Pensaba que su esposa lo había engañado y por eso abusó de ella, forzándola a entregarse a sus placeres y Pereira, por su parte, también lo hizo. No por celos, sino porque se sentía dueño de ella, sabiendo que ella vivía en la hacienda y él es el dueño de la hacienda, reconocía que todo era de su pertenencia y que, Cunshi misma era de su propiedad y, por ello podía hacer con ella lo que se le antojara.

Pero, el problema es cuando esto se convierte en algo normal, no sólo la violación pierde su calidad de abuso, sino la realidad empieza a convertirse en algo grotesco que hay que desarticular por medio de un momento constituyente. Justamente la violación de Pereira a la Cunshi resultó como un acto casi estéril porque ella no gozaba del acto sexual como él quería y así, él tampoco se sentía satisfecho. Por ello, llegó a comparar la experiencia con la penetración a un animal de la hacienda. 

Esto es la colonialidad del género, la dominación racial y sexual que deshumaniza a la mujer, convirtiéndola en objeto de los deseos del hombre y restando capacidad a su voluntad de decisión, limitando su espacio de vida a cuarto puertas adentro donde solo puede divertirse mientras trabaja cuidando a los animales de la hacienda y a los hijos que va procreando progresivamente.

Para matizar este apartado, diremos que esto es también lo que ocurrió con Lolita, la hija adolescente de don Alfonso Pereira, aquella que estaba en gestación. Una vez que se descubrió su acción, se la aisló del mundo, porque se debía justificar que, luego de nueve meses fuera su madre, la esposa de Pereira, doña Blanca Chanique, la que apareciera portando la nueva criatura; es decir, que para que esto fuera posible ambas mujeres debían mantenerse encerradas en la casa para no ser vistas y pudiera así, el hombre, evitar las miradas y las tipificaciones en la hacienda.

Lolita, la Cunshi y Blanca sufrieron, el mismo tipo de dominación; no podían ir más allá de su posición social y de género. No pudieron demostrar sus intenciones ni su realidad. Para ellas, la vida, sucedía puertas adentro. Y con límites impuestos desde fuera, donde la realidad se convertía en una mentira que sería, la única válida en el tiempo. Evitando, de ese modo, que las mujeres sintieran aquello que de verdad querían sentir porque fue el hombre quien les obligó a rechazar sus sentimientos, a convertir la tierra, el carácter de la mujer y sus deseos en algo árido, seco y despreciado.

Exclusión, diferencia y territorio
Para finalizar este ensayo integraremos las últimas reflexiones sobre las formas de la exclusión: la diferencia y el territorio; haremos eco para este fin de algunas de las reflexiones de Akhul Gupta, porque de lo que trata Huasipungo es de las posibilidades de
1)      Entender la transición de espacio a territorio: esto sucede básicamente porque el espacio que se identifica usualmente con la geografía no está llena de significado, pero cuando en él se desarrolla la vida, los sistema de producción, el extractivismo y las comunidades campesinas desarrollan su existencia en él. El espacio se convierte en territorio porque marca también el inicio de la frontera y de los límites de lo que puede o no ser suyo y trabajado para su beneficio en términos alimentarios ya que no podrían tener privilegios sobre él en una esfera mercantil, debido a cómo se ha sostenido a lo largo de la novela y en toda esta reflexión, ello no la poseen, sino más bien son parte del territorio. Sin embargo, esto queda en suspenso y fractura, organizando una crisis a partir del final de la novela, lo que en otras palabras quiere decir que cuando la novela acaba, empieza de verdad la historia de la insurrección de los huasipungos dentro de la hacienda, haciendo del estupor de los siglos, el campo de batalla de la identidad y de la vida.
2)      La diferencia como una construcción histórica: Gupta insiste en que una manera de comprender las relaciones que se establecen en países que han sufrido un momento colonial, tiene que ver con “insistir en todo momento en las formas como se distribuyen espacialmente las relaciones jerárquicas de poder, nos es posible entender mucho mejor el proceso a través del cual un espacio adquiere una identidad específica como lugar” (Gupta: p. 237). Lo que incide directamente en “la intersección entre su participación específica en un sistema de espacios jerárquicamente organizados y su construcción cultural como una comunidad o localidad” (Ibíd.: p. 238).

De esta forma se hace necesario problematizar el tema de la hacienda, y la distribución de la tierra y su propiedad momentos antes de la Reforma agraria, pero también tiene que ver con el sistema de administración territorial del Estado. La hacienda es el exterior de lo político, lo político se resuelve en las ciudades, en las salas de la Asamblea Legislativa (y Constituyente) que delibera y confecciona políticas públicas que en un principio, van dirigidas a solucionar y hacer la vida más fácil de una clase social determinada. Las luchas sociales como hemos mencionado, en la actualidad han logrado la ampliación de los derechos sociales, políticos, culturales y económicos; con ello se quiere decir que la novela de Icaza establece nudos problemáticos con la realidad y en ella se establece la posibilidad de un tiempo abierto que no va sólo a circunscribirse al momento que es narrado, sino a un momento como el actual[1].

Lo que se complementa con el criterio de que “una condición generalizada de desarraigo es la que impera porque en un mundo en el que las identidades están siendo, si no enteramente desterritorializadas, por lo menos territorializadas de otra manera” (Ibíd.: p. 239). Así, cuando se habla de territorialidad y de desterritorialización se habla de la lucha por la ocupación del territorio, por la extracción de los recursos naturales y las maneras en que el capitalismo se apropia del territorio y lo llena de nuevos sentidos, sobre la propiedad privada y sobre las limitaciones que se imponen a la propiedad colectiva.

Al mismo tiempo, se establece la esclavitud sobre aquellos que ocupan la tierra sin generar beneficios para el Estado que se reconoce como el único poseedor de la tierra.

A pesar de este sistema, o mejor dicho, el límite de este sistema de dominación y exclusión se muestra a través de la ruptura generada entre los huasipungueros y los gamonales, es la crisis del gamonalismo en su parte más honda y radical lo que escribe Icaza en las líneas finales de la novela, y que marcan como hemos mencionado, un momentos constitutivo, donde las relaciones económicas y de poder, ya no volverán a ser las mismas, porque hay un nuevo reconocimiento desde el cual se tejarán tanto las historias como las prácticas sociales; “Ñucanching huasipungo”: “El huasipungo es nuestro”.

3) La exclusión como un sistema racial organizado: Rebasando la actualidad de la narrativa desplegada en Huasipungo, se fija el aspecto de la discusión campo-ciudad que es también donde se establecen las dicotomías: progreso-subdesarrollo, modernidad-tradición y con estas dicotomías es que se establecen desde arriba, es decir, desde el Estado los estereotipos que justifican el abuso de la fuerza y la forma racista de estructurar de la educación: La escuela no es para los indios, no es para los huasipungueros, cómo entonces se construiría una escuela en la tierra de Pereira, ellos son animales, así que sólo necesitan comer y trabajar hasta el fin de los tiempos.

La lectura desde el presente
La lectura de la novela Huasipungo es un acto de valor político porque implica reconstruir la historia desde abajo y en atención los sistemas de dominación establecidos sobre la base de la raza, y desmitificar la idea del progreso, del desarrollo y finalmente, de la modernización que alcanzará a todos dotándolos de días mejores. Huasipungo demuestra que dentro de todo sistema de progreso, hay asimetrías y exclusiones y un pesado orden legar que está construido dentro de los preceptos de una clase política altamente organizada y aliada a los poderes económicos. La modernización y el progreso, ocultan la explotación; siendo posible elevarse sobre los pobres que son al final la fuerza de trabajo gratuita.

Esto es altamente político aun cuando se piensa en la modernización como un paso para obtener un futuro mejor. Donde el progreso se ve como una línea continua hacia el futuro donde se invisibilizan sus costos. En esa lectura, Icaza, a través de Huasipungo, interpela y nos dice que esa realidad es sólo una ilusión. 

Es también es un ejercicio estético donde lo político se mezcla con los problemas de género, con el capitalismo, con la historia y, en definitiva, con la formación del sentido de lo nacional. Y nos revela que todo está entrelazado y que sólo entender una parte, es también una forma de ocultar las demás partes despolitizando por un lado, la novela, y por el otro, el discurso que en ella anida.

Huasipungo narra un momento particular en la historiografía del Estado, pero está inscrita en una corriente artística continental que genera una ruptura y un modo de pensar la realidad. La ruptura se emprende porque se entiende que la apuesta no debe ser solamente estética o con el lenguaje, sino que por medio del lenguaje se debe producir un discurso sobre el mundo pero atendiendo a lo que sucede en el mundo.

La apuesta estética se preocupa por la forma y se entiende que Icaza está pendiente del contenido altamente político y explosivo porque se aproxima al manifiesto político partidario, pero no está hecho de consignas, sino de vida. Las vidas de las personas anónimas son importantes y son narradas desde otro lugar, un lugar que trata de establecer una continuidad entre la voz de los sujetos campesinos e indios, y el universo del cual son parte. Así, se deja en otro apartado la visión folklórica y erotizante del indio y se muestra su hogar, su terreno y su muerte. Lo que hay no es más de lo que hay. Lo que hay, es una suma de escenas, que son trazos y cortes sobre la realidad y desde la cual se enuncia un mundo oculto a los ojos de los visitantes extranjeros que sólo ven fiesta y pobreza, pero no ven ni explotación, ni violencia ni segregación. Huasipungo hace aparecer ese mundo. Lo hace flotar sobre la historia de Ecuador y la presenta como el reverso de la historia que se ha contado. Es justo el proceso inverso el que emprende el autor al escribir la novela. Es ir a contracorriente y proponer que toda historia llena de virtud y enriquecimiento también está compuesta de una historia llena de mendicidad, violaciones y muerte.

Las novelas envejecen, se vuelven atemporales algunas, otras, en cambio, pasan a ser objetos anacrónicos en un universo en continua expansión. Y es por medio de ciertas novelas en que nos acercamos a lo mejor de nosotros mismos y lo más importante es reconocer la forma en que algo escrito puede tener vida más allá del libro que las contiene. El caso de Huasipungo es este: Una novela vital: armónicamente consolidada por las voces múltiples de sus narradores, lo que justifica un oído atento a los matices, a los ritmos y a los sonidos de las personas. Icaza capta este sentido de principio a fin, convirtiendo la oralidad de sus personajes en el centro fundante de su narrativa.

Una narrativa que valoriza esto no por fines nacionalistas, sino para dar vitalidad y contundencia a los personajes que brotan en cada página de su narrativa. Rompe con ello una manifestación donde el idioma debe ser una zona franca, neutra y sin matices  y sólo denotar el sentido de lo real. Aquello que está fuera de los personajes. Pero lo que Icaza realiza es más bien un juego doble, donde el lenguaje precede a sus personajes y ellos hablan como se habla realmente y es con ese lenguaje que nombran y nominan el mundo que habitan y sólo así ese mundo adquiere dimensiones reales y es pasible a ser apropiado y reapropiado constantemente.

Por ello y también por todo lo señalado a lo largo de este ensayo, una novela como Huasipungo, no debe quedarse como un objeto sagrado, guardado y olvidado en el baúl de una historia literaria que tuvo su momento de esplendor y que ahora se anima a transitar por los pasillos de la reconstrucción de lo urbano y de las identidades que habitan la ciudad. Porque sin tener en cuenta el ejercicio narrativo de Icaza este nuevo mundo, simplemente, no sería posible ni de nombrar ni de habitar.

Finalmente, tenemos una novela que no envejece con el tiempo y que marca un antes y un después en el conocimiento que se puede hacer desde la narrativa sobre un determinado país. Esto de por sí no es peligroso. Es lo que hace la literatura. Despolitizar la literatura sería como quitar el color a los cuadros producidos por el impresionismo francés. Algo que no sólo sería un sinsentido, sino un acto peligroso, como mutilarse uno mismo los dedos de la mano derecha.

Queda una nueva manera de leer; una forma renovada de interesarse por el texto narrativo, hacerlo frontalmente sí, pero con honestidad y con la defensas bajas, dispuestos a dialogar con la novela. Aceptar que lo político, como lo estético, tiene muchas caras y que hay cosas que son políticas pero que no tienen la dimensión que nos muestran los medios de comunicación. Que la política, la raza, el género, la identidad y el territorio, son cosas mucho más complejas que no se hallan en el discurso noticioso de dos horas en el meridiano del día y al caer la noche.

Lo expuesto por Icaza es, en ese sentido, un discurso ideológico. Un proceso de crecimiento de la identidad y de revelamiento del indígena, campesino ecuatoriano.

La vida de unas cuántas personas es la historia de una región transparente que puede ser muchas al mismo tiempo. Entrar en el universo de Icaza, es ingresar por la puerta grande a lo mejor de la literatura ecuatoriana de mediados del siglo XX y es aprender y aprehender lo que es el Ecuador de una forma distinta a lo que se expone en determinados libros de historia. Y aunque cabe reconocer que la historia y la literatura tienen objetivos distintos, podría pensarse que donde termina una, empieza la otra. Es una línea delgada que pretende zanjarse con la idea de verosimilitud y objetividad y a pesar de ser una discusión antigua y que no es motivo de estas páginas, se puede pensar que la historia y la literatura comparten el estudio de lo que sucede entre los hombres en un determinado momento de sus vidas. Una novela, entonces, nos sirve tanto como un libro de historia porque nos muestra lo que hay con las personas concretas y no anónimas, se fija en procesos cortos y sustanciales.

La manera de leer nuestra historia haciendo ese contra punto entre literatura e historiografía es como vivir en dos tiempos simultáneamente. Es establecer una conexión entre las sensaciones y los razonamientos; es como cuando lo sólido se transforma en líquido, la materia no desapareció, sólo se ha transformado para mostrar otras de sus cualidades. 

Volvamos entonces a Huasipungo: Esa historia que Icaza narra (donde ocurren, entre otras cosas  la muerte de la Cunshi y la rabia de los huasipungueros hacia el final de la novela) es también un tiempo (un momento cronológico y político), que de muchas maneras sigue vigente en Imbabura, en Otavalo, en Cotacachi, en Ambato y en otras regiones del Ecuador. Es un tiempo abierto dispuesto a que nuevas personas transiten por él. Es el tiempo de la experiencia vital que logra transformar a los sujetos no para hacerlos mejores o peores, sino para darles herramientas con las cuales puedan criticar, evaluar y entender de forma concreta la realidad dentro de la cual ellos también están inscritos.

Lo que resta, entonces, es el silencio. El momento de la lectura de Huasipungo, reconocer las pistas que dejó y con ellas interpretar y poner a prueba lo que se escribió y lo que ocurre actualmente. Las miradas de Icaza se pueden complejizar y se puede aún hacer el ejercicio de releer su obra narrativa en comparación con otras narrativas de la región andina. Ahora que se vuelve a pensar el Estado-nación y la plurinacionalidad en países como Bolivia y Ecuador, un dato importante que puede enriquecer el debate y las acciones sobre la realidad, puede venir desde la literatura y en este sentido, Icaza se convierte en una introducción importante que nos permitirá conocer el estado de situación anterior. Es decir, nos permitirá entender y asimilar cómo es que hemos llegado a este momento y cuál es la acumulación histórica y cultural que contiene el presente.


Bibliografía

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[1] La figura de Jorge Icaza es destellante, un hombre robusto, de mirada algo serena, como aquella que escruta el horizonte para descifrarlo y escribir sobre él.  La soltura propia de un hombre que no siente miedo ante nada porque ya todo lo ha conocido por la experiencia vital o por la transfiguración de la escritura. Donde él ha logrado por medio del lenguaje convertirse en otros. Hacer suya la voz de todo un pueblo que fue invisibilizado. Izaca marca con sus manos los cuadernos donde escribió aquellas novelas por las cuales hoy se lo recuerda: Huasipungo (1934), En las calles (1935), Cholos (1937), Huairapamushcas (1948) y El Chulla Romero y Flores (1958).  Y demuestra que esas viejas historias aún siguen vivas. Que al acercarse a ellas las voces de cada uno de sus personajes se convierten en algo sólido, capaces de romper el aire se encuentran con nosotros también en los rasgos de la conversación de Icaza, en la que cuenta que por medio de su escritura tuvo la oportunidad de conocer aquello que nunca hubiera podido conocer ni de las personas ni de sí mismo si hubiera continuado con los estudios de medicina.

Y si bien es cierto que la medicina lo hubiera llevado a confrontarse con la realidad desde otros ángulos. Para Icaza, convertirse en un escritor estuvo en cierto modo marcado por la necesidad. Ser parte de una generación que necesitaba mirar de frente la realidad ecuatoriana de mediados del siglo XX. Entrar en ella y sacar de su escondite todos aquellos miedos, resentimientos y desgracias que acompañaron la formación de la nación. Icaza estaba ahí, mirando como lo hace ahora, pero sin dudar ni sentir que la tarea no era parte de su vida. Más bien, la tomó y la hizo suya.

Icaza se ha sentido responsable de su interpretación de la realidad ecuatoriana desde siempre, no duda de que haya tenido que ver con los ataques que recibió desde distintos flancos. Para muchos Huasipungo fue una declaración de principios morales. Para otros fue la exploración estéril de un hombre que sólo quería purgar sus pecados y culpas, por medio de la escritura. Generando de ese modo, resentimiento sobre los patrones y la organización de la hacienda. Pero el tiempo político y el de la cultura iban cambiando. Eso generó que una nueva fila de nombres pudieran decir algo similar en distintos tiempos y latitudes. En Bolivia, quizás Alcides Arguedas con Raza de Bronce (1919) o Jaime Mendoza con En las tierras del Potosí (1911). En Perú con José María Arguedas con Yawar fiesta (1941) Los ríos profundos (1958) para terminar con El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971) y Ciro Alegría con El mundo es ancho y ajeno (1941); fueron los puntales sobre los que se pensarían los Andes junto con las relaciones entre aquellos que trabajaban la tierra y los otros, que recaudaban enormes cantidades de dinero gracias a esta labor de hombres que luego ni recordarían.

Nadie hubiera imaginado en su momento mayor de felicidad que las obras de Icaza se traducirían a tantos idiomas en tan corto tiempo. Que la consagración sería tanto en el plano literario como personal. Icaza no era una persona normal. Podía atender la librería que había adquirido junto a su esposa, Marina Moncayo, y luego retirarse a su estudio para escribir aquellas historias que desde el alba proyectaba con ferocidad y capturaba con la tenacidad de un actor que aprende que el cuerpo tiene memoria.

Y quizá por ello el tránsito de actor a escritor, no haya sido casual. Hay algo en Icaza que demuestra que el lenguaje y la oralidad serán las constantes de su vida. Ser un personaje de un repertorio teatral implica el manejo del cuerpo, de la memoria, pero sobre todo, de la voz. La trayectoria de Icaza estuvo marcada por este evento, ser parte de un la escena teatral lo llevaría a escribir sus primeras obras y ganar notoriedad pero también harían que su encuentro con su futura esposa no demorara más y fuera sobre las tablas de un escenario teatral donde pudieran entregarse a su mutuo encuentro y conocimiento. Seres destinados a compartir su vida mutuamente sin más entrega que la necesidad de decir siempre la verdad e inscribir con ella en la piel de la escritura lo que el fulgor del alma necesita para poder existiendo, latiendo y respirando en permanente renovación estética, así en la vida como en la escritura.

No es fácil dar voz a un ser imaginario y prestar el cuerpo a éste para que cobre vida dentro de las tablas de un escenario frente a desconocidos. Pero éste desgaste es reconfortado cuando el público se levanta y aplaude con la emoción de quien ha vivido muchas vidas y situaciones en sólo unos minutos. Lo mismo sucede en la literatura. La voz, la manera en que los personajes salen a la superficie del texto y la manera en que ellos encaminan sus acciones, tiene que ver con el control del autor sobre su cuerpo que logra dar forma a aquello que sólo fue imaginado.  

El hombre que estaba dispuesto a cambiarlo todo desde la literatura está tan vigente hoy como hace cincuenta años. Está en mitad de dos tradiciones. Una que mira aún lo rural como horizonte de sentido de la comunidad, como oportunidad para reconciliar la nación con las clases sociales y la exploración de la identidad nacional, más allá de los discursos de los próceres, y más centrado en la necesidad de reconstruir las redes de la historia ecuatoriana y latinoamericana, pero también se encuentra enfrentado con una generación de narradores y poetas que vieron que lo rural estaba superado y olvidado. Que aquello que exigía el nuevo mundo de los setenta era una interpretación de lo urbano. La ciudad empezaba a tomar cuerpo y profundidad porque era en ella donde se desarrollaban las historias de amor, de guerra, sobre todo, aquellas que tuvieron y tienen que ver con las maneras en que los hombres se adaptan a sus nuevos oficios, recursos y necesidades. Icaza es precursor en ese sentido, aunque no lo quieran reconocer. Logra dar forma a dos mundos. Donde ambos se relacionan. Mundo urbano contra mundo rural no se invisibilizan, sino que se alimentan mutuamente para generar nuevas realidades mucho más complejas y capaces de interpelar construyendo identidades sociales, políticas y económicas que antes no existían.

Icaza puede escucharte aún cuando no hables. Te lee la mirada y sabe qué estás pensando. No te convierte en un personaje, te entiende. No se preocupa de la narración cuando está contigo. Es el hombre que reúne a la familia y les lee aquello que escribió noche antes. Toma aliento con el impulso que le dan las personas que lo quieren y están más cerca de él. No es que necesite la aprobación de alguien para seguir escribiendo, no, no es eso; se trata de algo más importante. De que aquello que escribió pueda ser real. Cobrar sentido y vitalidad para los demás. Que no sean simples fabulaciones de un hombre que no puede dejar de soñar. Cuando lee las páginas recién escritas y encuentra luz en los ojos de su auditorio familia, él puede seguir adelante. Cada bocanada de aire en la narración es así como para nosotros se convierte en la mano cómplice que nos guía por un camino totalmente nuevo y casi, siempre, hermoso.

Cuando Quito, Ecuador, Perú, Bolivia y todo el mundo ancho y anejo, se convierta es propio, angosto y peligroso, Icaza seguirá ahí, buscando la manera de hacer que una historia valga tanto como una vida. Que un territorio no se pierda en las arenas pedregosas de los trámites y la extorción; que el dinero no sea tan efímero ni necesario y que el horizonte no sea tan gris ni cubierto de nubes negras. Icaza siempre será un momento soleado bajo un árbol desde donde se escuchará cantar al río y la melodía no será ni dulce ni empalagosa, será solamente, una voz que encuentra su camino después de siglos de estar ausente. Ese es Icaza, una voz, un latido, un recuerdo y algo constante y presente. Un hombre al cual siempre se vuelve a escuchar.     

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Imágenes:

Primera edición ecuatoriana de Huasipungo
Sello conmemorativo ecuatoriano

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