Monday, November 13, 2017

Fútbol y literatura

JORGE CUBA LUQUE

Hay una foto de Pelé en Estocolmo, cuando todavía no era el Rey sino un chiquillo de diecisiete años. Se le ve llorando, rodeado de Gilmar y Didí en medio de la cancha del estadio Rasuda. Acaba de concluir el partido de la final del Mundial de 1958, en ese encuentro la Seleção derrotó a Suecia obteniendo así el título de campeón del mundo…

Oswaldo “Cachito” Ramírez aparece eufórico en una instantánea, cargado en hombros por un grupo de hinchas peruanos ni bien termina el match contra Argentina disputado en La Bombonera. En ese partido Ramírez anotó los dos goles con los que Perú logró clasificarse para el Mundial de 1970, eliminando al mismo tiempo a los dueños de casa…


En otra foto, tomada una noche de 1982 en Sevilla, durante el Mundial de España, el zaguero alemán Ulrich Stielike aparece arrodillado, hundido e inconsolable, cubriéndose el rostro empapado de lágrimas. Él, uno de los más corajudos jugadores de la selección alemana desde el inicio del torneo, acaba de fallar su tiro al arco de Francia precisamente en la definición por penales que decidiría qué selección pasaba a disputar la final.  

Son tres momentos rubricados por una gran emoción. Felicidad  y desdicha, sentimientos que, sin embargo, no son del todo excepcionales en la práctica del fútbol, el deporte colectivo que más seguidores convoca en el mundo entero. Momentos como los representados en las fotografías aludidas son, pues, frecuentes pero adquieren trascendencia cuando suceden en partidos de importancia internacional, convirtiéndose en imágenes icónicas, en otras palabras, forman parte de la memoria colectiva. Pero esas emociones se dan también en un partido de barrio, en los de cualquier campeonato local o nacional. Todo futbolista que se precie de serlo ha tenido que enfrentarse, y más de una vez, a un rival por un balón dividido. Sin embargo, lo más difícil no es la disputa con el otro, sino ante uno mismo, las inquietudes al respecto se imponen: ¿hasta dónde empujar el esfuerzo?, ¿vale la pena luchar ante un equipo rival a todas luces superior y por lo tanto favorito?, ¿es necesario seguir haciendo lo mejor cuando ya el equipo de uno no tiene oportunidad alguna de clasificar?, ¿por qué, entonces, surge la chispa que genera admiración y aplauso?, ¿por qué llorar por un triunfo, por qué se llora por una derrota?

Curiosamente, en la literatura, hasta hace relativamente poco tiempo, no teníamos suficientes proyectos relacionados con el fútbol, aunque sí escritores que en algún momento de sus vidas lo practicaron con pasión, el caso más conocido es el del escritor Albert Camus, que fue arquero en sus años mozos en Argelia (en ese tiempo departamento francés).

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La literatura se centra en el individuo y su interioridad, el fútbol es un actuar necesariamente de conjunto; la jugada decisiva que termina en gol por un gesto de maestría individual es imposible sin el resto del equipo, sin un pase previo, lo que no le niega una poética inherente. El dribbling brillante, el remontar un marcador adverso en un estadio con público hostil, el imponerse a la parcialidad del árbitro o a la violencia de los jugadores rivales, pueden ser gestos de belleza. Ahora, prestemos atención al estado de ánimo de los protagonistas que, además, son observados por una multitud que los aclama o los pifia, escenario que podríamos asumir como el cielo y el infierno, su natural condición épica.

Es acaso por eso que cuando la narrativa lo ha abordado, ha situado a los futbolistas esencialmente fuera de los campos de juego, centrándose en la actitud del jugador, a saber, quizá en el más logrado cuento en español sobre el tema, “Puntero izquierdo” de Mario Benedetti (incluido en Montevideanos, 1959): un joven futbolista, ‘el hombre gol’, postrado en la cama de un hospital tras ser víctima de una paliza, revela que ha recibido un soborno para que fuera menos eficiente en el partido que su equipo disputaría ante un club rival, partido que decidiría el ascenso a la categoría superior. El narrador da detalles del soborno y evoca algunos pasajes del encuentro durante el cual jugó como de costumbre. 

En Cuentos de fútbol (1995), compilación de relatos hecha por Jorge Valdano, integrante de la selección argentina campeona de México 1986, encontramos una veintena de cuentos, de los que sobresale el de Javier Marías, “En el tiempo indeciso”, donde aparece la figura de un delantero húngaro llegado al Real Madrid: el narrador, alter ego del autor, se asoma a la figura del deportista, presentándolo por partida doble: como un sutil goleador y un individuo encerrado en sí mismo, además de pueril. A lo mejor, antes que libros de ficción sobre el fútbol y sus protagonistas, lo que se ha desarrollado en América Latina en cuanto a este tópico se halle a medio camino entre la crónica y el ensayo: Fútbol a sol y sombra (1996) de Eduardo Galeano, Fútbol. Una religión en busca de un dios (2005) de Manuel Vásquez Montalbán o Dios es redondo (2006) de Juan Villoro. O Ese gol existe (2016), trabajo dirigido por Aldo Panfichi sobre cuestiones de fútbol y sociedad en el Perú. 

Las lágrimas de Pelé y Stielike, la alegría de Ramírez, hechos que por ser fugaces, tal vez no puedan ser objeto de literatura, pero sí todo aquello que los antecede y sucede después. Pensemos en el heroísmo inútil de “Los otros”, cuento de Julio Ramón Ribeyro en Relatos santacrucinos (1992). Aquí encontramos a un narrador ya entado en años que recuerda a uno de sus compañeros de clase: Paco, ‘el único cholo en la clase de ese colegio de blanquiñosos’, que integró el equipo del salón, siendo un zaguero admirado y respetado. Durante un partido del campeonato interno del colegio fue, a pesar de sus visibles esfuerzos, varias veces superado por el  goleador rival que marcó los goles de la victoria. Paco fue abucheado. Ya en los vestuarios cae desmoronado, retorciéndose de dolor y a las pocas horas moría tras ser operado por una peritonitis y un desgarro intestinal causado por el esfuerzo físico. Habría sido un partido de fútbol banal, ‘pero en el cual el cholo Paco puso todo su pundonor y dejó su vida’. He ahí la literatura.

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De LIBRERÍASUR, 08/11/2017



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