Monday, January 15, 2018

El destino de los hombres desnudos

HELENE VINARÓ

Conocí a un hombre que iba desnudo por el mundo. Se sentaba a fumar en los parques solitarios. Vibraba con cada anochecer. Por las noches miraba las estrellas y le pedía deseos a la luna cuando ésta brillaba en toda su redondez. 

Se revolcaba por la hierba y cuando comenzaba a llover, corría a la ventana y aspiraba el olor a gente que soltaban las aceras y las calles. 

Se detenía a ver el vuelo imposible de una futura mariposa, se conmovía al ver a una anciana descalza con un cabo de cigarro en la boca sin dientes, vendiendo la cajetilla hambrienta.

Realmente era una persona simple, se reía con frecuencia, caminaba torpe y como a todos le asaltaba el stress, el cosquilleo en el estómago, esa sensación de vuelo cuando divisamos a lo lejos un cabello escapado de la persona amada.

Era un hombre desnudo, como pocos, yo lo conocí, nació varias veces de entre mis piernas. 

Amaba en todo su derroche, sin dejar de ser egoísta con el sufrimiento ni con la alegría. 

Era una sombra que pasaba a veces por mi casa, llegaba lento, difuso, lejano y siempre se iba rápido.

Era realmente un hombre desnudo, un hombre con hambre y con sed, un hombre de orgasmos y madrugadas.

Los hombres desnudos no son de nadie, son del mundo, de los parques, de los olores, de las sensaciones, de los sufrimientos. 

Los hombres desnudos llevan el destino amarrados con cadenas a sus pies y lo arrastran a donde quiera que vayan. No son esclavos de nada, ni de nadie, no detiene su andar la impertinencia de un reloj, ni lo ata la última moda.

Mi hombre desnudo era así, su destino era inevitablemente el de partir, nadie sabe a dónde ( creo que él nunca lo supo).

Era simplemente un hombre desnudo, eso, sólo eso... mi hombre desnudo.



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