Thursday, February 22, 2018

Escritores mentirosos


CARLOS BATTAGLINI

Escucha tú: es imposible leerlo todo. Eso para empezar. Aunque visto lo visto, escuchado lo escuchado, parece que da un poco igual si uno quiere dedicarse a esto de escribir. En efecto, si un sujeto se dedica al arte de juntar letras (aunque obsérvese que si se escribe a ordenador las letras nunca llegarán a juntarse, a tocarse, a magrearse) debe dar la impresión de que sabe mucho, muchísimo. Es lógico, somos débiles, inseguros y a nadie le agrada levantar la sospecha y mucho menos confirmarla, de que no hace bien su trabajo. Por eso, ante la incapacidad humana de abordar al coloso literario, se miente. Se miente mucho.

Además de mentir, también se acota, es decir se dirige el debate hacia aquellos terrenos en los que el bípedo parlanchín en cuestión se siente seguro. De Perogrullo: la mayoría de los escritores se centran en aquellos a los que han leído. Ergo, si alguien se ha enfocado pongamos en el siglo de oro, procurará hablar principalmente de Lope de Vega o de Quevedo, imponiendo (como lo hacen los medios de comunicación) una “realidad” que gira obligatoriamente alrededor de dichos escritores. Todo lo que acontezca lejos de esa “realidad” se ignora, sencillamente no existe.

Es muy difícil sí, encontrarse con escritores que reconozcan que no han leído a tal o cual  escritor.

La desvergüenza sería además mayúscula si el omitido fuese un clásico (¿verdad que tú tampoco te has mamado todo Proust?) Entonces si por alguna circunstancia surge el nombre de un ser o una nada que no han leído o desconocen, tratarán de reaccionar de la forma más convincente posible: esto es afirmarán con la cabeza lentamente a la vez que adoptarán una expresión que pretenda demostrar que se domina lo mentado. Y claro, desde que puedan tratarán por todos los medios de regresar a sus terrenos conocidos. Unos toda la vida con Shakespeare y Faulkner, otros con Carver y Salinger. Etcétera.

En realidad, no hay que culpar a nadie (o a casi nadie). Es sabido (que no reconocido) que no solo es imposible leerlo todo, sino que igual de quimérico es pretender estar al día de una actualidad literaria sumida en un descomunal y caótico ritmo de producción que encima se ha abierto a todo el mundo, para bien y para mal (seguro que tu tío también ha escrito un libro “soberbio”).

Coleguita, es imposible. Y no pasa nada.

A ver, ni siquiera esos lectores fervientes, esos fanáticos críticos literarios, esos ratones de biblioteca, esos solitarios, esas jubiladas, esos divorciados, esas paradas, esos bohemios pueden seguir el ritmo del monstruo literario, no ya solo el mundial sino el que solo se expresa en castellano. Que te quede claro: si alguien osa “estar al día” a base de lecturas y más lecturas, muy probablemente acabe igual o peor que Alonso Quijano. Hablarás con las paredes. Te arrancarás las cutículas. Creerás que te persiguen.

Asimismo (otro suspiro por aquí) no vale con leer un libro y saltar a otro (deporte que muchos dopados de utopía practican) sino que es preceptivo saber y entender lo que se ha leído, pensar sobre ello, reflexionar, meditar, so pena de convertir la actividad lectora en una operación estéril. Buf, buf.

Se suman además (¡más madera!) los deberes y los imprevistos que la vida (muchos reduccionistas lo llamarán capitalismo) impone sobre todo ser viviente apartándole de la actividad lectora a diario al menos por unas horas. En efecto, la gente trabaja, tiene hijos, duerme, se enamora, ha de ir al banco, te resbalas, quieren ir al cine de vez en cuando, se desenamoran, otra ducha, te operas, se quieren comprar un piso, se te ha roto el pantalón, te vuelves a enamorar, a veces te gustan los carnavales… Todo eso es tiempo, tiempo que no se dedica a leer (ni a escribir) Más desesperación.

De ahí a lo que el vulgo llama postureo. Yo lo llamaré postureo. Hablamos sí, del arte de la interpretación, el teatro, pretender se diría en inglés.

Dicho de la misma manera: hay que intentar poner esa carita que dé a entender que se han leído bibliotecas enteras, hay que hacerse esa fotita rodeado de estanterías atestadas de libros que reflejen bien las decenas de miles de novelas que hemos leído, hay que retratarse sosteniendo un tochazo en el aire con cara de lector voraz.

Mire, no. Es que no. Y no pasa nada.

Otra de las estrategias de muchos “escritores”, de muchos “intelectuales” consiste en auditar la literatura. Me explico, usted solo tendrá que leer un libro de Faulkner (El Ruido y la Furia, claro) un cuento de Carver (¿Quieres hacer el favor de callarte?, claro) un poema de Machado (Caminante no hay…) para considerarse un experto de los mismos. Mejor, el auditor al menos necesita comprobar un 60% de lo investigado…. Usted no. Usted no tendrá que leerse Sartoris o Una fábula o El Villorrio para hablar sobre Faulknersino bastará con que se lea una novela para posar una pierna sobre otra, llevarse la mano al mentón y decir algo así como, “claro, eso ya lo dijo Faulkner”. También puede declararse “lector voraz” aunque se lea dos libros al año o bien recomendar a un poeta norcoreano, y quedarte tan villa.

Pero esto es más diver aun: a veces ni siquiera tendrá usted que embarcarse en la engorrosa tarea de leer a Joyce o a Cervantes. Le bastará lo que ha oído por ahí, o ha leído en alguna revistilla por allá para considerarse autorizado a opinar sobre tal o cual escritor ¡es así de sencillo pringado!

Por eso no desespere usted, escritora honesta, de los de verdad, cuando lea entrevistas a algunos escritores que desglosan toda una retahíla de libros y escritores que supuestamente han leído hasta la saciedad. No se diga usted, “joder, todo lo que me falta por leer”, porque muchas veces todo será producto de una exageración, de una mentira. Y porque, lo más importante, basta con ser sincero con uno mismo y llegar a la lógica conclusión de que la vida no basta, hay que priorizar. Y aun así, se puede.

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De INMEDIACIONES, 21/02/2018 

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